Edward Snowden es un exagente de la CIA que hoy se encuentra asilado en Rusia tras haber revelado información sustancial sobre el sistema de vigilancia de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. La traducción al español de este libro fue hecha por Esther Cruz y publicada por la editorial Planeta en Barcelona. Vigilancia permanente es, a mi juicio, un libro de lectura obligada porque da cuenta de lo que hizo Edward Snowden, sus motivos para hacerlo y la manera en que todo eso nos afecta. Créanlo o no, las consecuencias de sus actos han sido determinantes para la manera en que nos relacionamos todas las personas que utilizamos Internet en nuestra vida cotidiana.
Al comienzo del libro, Snowden reflexiona sobre los motivos que lo llevaron a hacer pública una información que era considerada un secreto de Estado. Intentó buscar la manera de manifestar sus preocupaciones sobre el mal uso que se le estaba dando a la información que el gobierno de Estados Unidos recolectaba sin el conocimiento de los ciudadanos, pues el gobierno de ese país se ha dedicado desde hace años a espiar a sus ciudadanos, recolectar información y, llegado el momento, utilizar esta misma información en su contra. Todo eso es ilegal, pues para poder espiar a una persona se requiere de una orden emitida por un juez, quien a su vez debe convencerse de que hay un motivo más que fundamentado para ello.
Pero Snowden no tenía cómo hablar del asunto hacerlo sin que eso significara que lo apresaran de inmediato. “¿A quién podía recurrir?”, se preguntaba Snowden. “¿Con quién podía hablar? Aunque fuera para comentar la verdad en voz baja, incluso con algún abogado o un juez o un miembro del Congreso era imposible, pues el tema se había convertido en un delito tan grave que solo una descripción básica de los hechos podría haber significado una condena de por vida en una prisión federal”, dice Edward Snowden. Y es que él conocía muy bien cómo opera el sistema de justicia de su país porque trabajó para él por varios años. No solo eso: durante mucho tiempo, Snowden estuvo convencido de las justificaciones de que se ha valido el gobierno norteamericano para cometer todo tipo de atropellos (la cárcel de Guantánamo, el bloqueo económico a Cuba, invasiones como las de Irak o Afganistán, solo por mencionar algunas). Sin embargo –y he aquí una de las peculiaridades de Snowden que conviene subrayar– siempre tuvo un alto nivel de autocrítica.
“El 12 de septiembre fue el primer día de una nueva era”, dice Snowden, “fue el primer día de una nueva era que Estados Unidos enfrentó con una resolución unificada, fortalecida por un sentido revivido de patriotismo y la buena voluntad y compasión del mundo. Ahora que lo pienso, mi país podría haber hecho mucho con esta oportunidad. Podría haber tratado el terrorismo no como el fenómeno teológico que pretendía ser, sino como el crimen que era. Podría haber utilizado este extraño momento de solidaridad para reforzar los valores democráticos y cultivar la resiliencia en un público global ahora conectado, pero en lugar de eso inició una guerra”. Y páginas más adelante, Snowden añade:
“El terrorismo, por supuesto, fue la razón por la cual se implementó la mayoría de los programas de vigilancia de mi país, en un momento de gran temor y oportunismo. Pero resultó que el miedo era el verdadero terrorismo, perpetrado por un sistema político que estaba cada vez más dispuesto a usar prácticamente cualquier justificación para autorizar el uso de la fuerza. Los políticos estadounidenses no tenían tanto miedo al terror como a parecer débiles, o ser desleales a su partido, o a sus donantes de campañas, que tenían un gran apetito por los contratos gubernamentales y los productos derivados del petróleo de Medio Oriente. La política del terror se volvió más poderosa que el terror en sí mismo, lo que resultó en un ‘contraterrorismo’: las acciones de pánico de un país incomparable en capacidad, sin restricciones políticas y descaradamente preocupado por defender el estado de derecho. Después del 11 de septiembre, las órdenes de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos habían sido: ‘nunca más’, una misión que nunca podría cumplirse”.
¿Cuántos de nosotros hemos podido cambiar de opinión en asuntos realmente importantes a través de reflexiones provocadas por la lectura, el diálogo o la observación detenida de ciertos fenómenos? Y es que cultivar y mantener un sentido de autocrítica no es algo sencillo. Como el propio Snowden afirma: “Aprendemos a hablar imitando el discurso de los adultos que nos rodean, y en el proceso de ese aprendizaje, también acabamos por imitar sus opiniones, hasta que nos engañamos a nosotros mismos al pensar que las palabras que estamos usando son nuestras”.
Vigilancia permanente es un libro audaz, inteligente y con una variedad de registros que ya quisiera lograr más de un novelista premiado. En el libro hay momentos de enorme suspenso y de empatía con el lector. Y en el centro de la narración está la ética (tácita o implícitamente); en particular la ética vinculada a nuestro derecho a la privacidad. Al respecto, Snowden hace una observación pertinente: “‘Privacidad’ significa algo distinto para todos”, afirma. “Debido a esta falta de definición común, los ciudadanos de democracias pluralistas y tecnológicamente sofisticadas sienten que tienen que justificar su deseo de tener privacidad y enmarcarlo como un derecho. Pero los ciudadanos de las democracias no tienen que justificar ese deseo; el Estado, en cambio, debe justificar su violación. Si uno se niega a reclamar su privacidad, la está cediendo, ya sea a un Estado que transgrede sus restricciones constitucionales o a un negocio ‘privado’”.
Uno de los momentos clave del libro es cuando Snowden, a través del programa de espionaje cibernético que él mismo ha contribuido a construir, observa a un hombre con su bebé. Esto le hace recordar a su propio padre y su relación con él; es un momento que despierta la empatía con el lector. Leo un fragmento de esa escena: “[El hombre] estaba sentado frente a su computadora, como yo estaba sentado frente a la mía. Excepto que en su regazo tenía un niño pequeño, un niño con pañal. El padre intentaba leer algo, pero el niño seguía moviéndose, golpeando las teclas y riéndose. El micrófono interno de la computadora captó su risa y allí estaba yo, escuchándolo en mis audífonos. El padre abrazó al niño con más fuerza, y el niño se enderezó y miró directamente a la cámara de la computadora con sus ojos negros cada vez más grandes. No podía escaparme de la sensación que me provocaba su mirada directa. De repente me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Cerré la sesión, me levanté de la computadora y salí de la oficina para ir al baño en el pasillo, con la cabeza baja y los audífonos aún con el cable conectado. Ese niño y su padre me recordaron a mí y a mi propio padre, con quien me quedé de ver para cenar una noche durante mi estadía en Fort Meade. No lo había visto en mucho tiempo, pero allí, durante la cena, entre bocados de ensalada César y una limonada pensé: nunca volveré a ver a mi familia. Tenía los ojos secos, me controlé lo más que pude, pero por dentro estaba devastado. Sabía que si le contaba a mi padre lo que estaba a punto de hacer, llamaría a la policía. O de lo contrario me habría tachado de loco y me habría enviado a un hospital psiquiátrico. Él habría hecho cualquier cosa que pensara que tenía que hacer para evitar que cometiera un error tan grave. Solo me quedaba esperar que con el tiempo, su dolor se atenuara al sentirse orgulloso de mí”.
Hacia el final del libro, mientras Snowden da cuenta de todo lo que tuvo que hacer para contactar a los periodistas a quienes les entregaría la información que había copiado de las bases de datos de la CIA, le cede la voz a Lindsey Mills, su novia, quien fue acosada por la CIA para tratar de extraerle información sobre el paradero de Snowden una vez que supieron que este había huido (información que ella ignoraba). Mills transcribe algunos fragmentos de su diario y nos comparte su perspectiva de esta historia. Su participación le confiere al libro un carácter todavía más íntimo y nos ayuda a comprender mejor la dimensión de los actos de Snowden, así como de sus motivaciones.
“¿Quién de nosotros puede predecir el futuro?”, se pregunta Edward Snowden. “¿Quién se atrevería? La respuesta a la primera pregunta es nadie, en realidad, y la respuesta a la segunda es todos, especialmente todos los gobiernos y empresas del planeta. Para eso utilizan nuestros datos. Los algoritmos analizan en busca de patrones de comportamiento establecidos para extrapolar los comportamientos por venir, un tipo de profecía digital que es tan solo un poco más precisa que los métodos analógicos como la lectura de la palma de la mano. Una vez que profundiza en los mecanismos técnicos reales por los que se calcula la previsibilidad, se llega a comprender que su ciencia es, de hecho, anticientífica […] La previsibilidad es en realidad manipulación. Un sitio web que te dice que porque te gustó este libro también te pueden gustar los libros de James Clapper o Michael Hayden no ofrece una conjetura informada sino un mecanismo de coerción sutil”.
Snowden nos recuerda algo tan obvio que a menudo pasamos por alto: el futuro depende de nuestras acciones presentes. No es inevitable. La autocrítica, la valentía y una dosis de sacrificio son necesarias para hacer frente a un Estado y a un grupo de empresas que se empeñan en manipularnos para ejercer todo el control posible sobre nuestras decisiones; que se empeñan en hacernos dependientes de sus productos. Está en nosotros no permitirlo.