Entrevista con Karl Marx

Texto de Jürgen Neffe y Karl Marx. Traducción de Gerardo Piña

Entrevista publicada en la revista Zeit Wissen. Abril 2020. (Traducción publicada con autorización expresa de Max Rauner, editor de Zeit Wissen.)

Ningún pensador previó el desarrollo del capitalismo como lo hizo Karl Marx. Es hora de debatir la situación actual: la globalización, los mercados financieros, la crisis del Covid-19.

“¡A estas relaciones petrificadas debemos hacerlas que bailen cantándoles su propia melodía!”

KM

Dr. Marx, la humanidad está pasando por una crisis sin precedentes. Una epidemia que se extiende por todo el mundo no solo está cobrando miles de vidas. También está paralizando la vida económica y social de una manera sin precedentes.

Las crisis son siempre soluciones violentas momentáneas a las contradicciones existentes, erupciones violentas que restauran el equilibrio alterado por el momento.

¿La crisis como una oportunidad?

Hay momentos en la vida que, como las marcas de los límites, están antes de que pase el tiempo, pero a la vez apuntan con certeza a una nueva dirección. Un tiempo de aparente estancamiento, como el actual, debe ser utilizado para iluminarnos sobre el período de la revolución que hemos vivido.

¿A qué revolución se refiere?

Al modo de producción capitalista y sus correspondientes relaciones de producción y transporte.

Su tema favorito. ¿Qué ve como elemento revolucionario en esto?

El capital es destructivo y está en constante revolución derribando todas las barreras.

El capitalismo como la locomotora de la historia nos ha traído más progreso y prosperidad en dos siglos que nunca antes. Ahora está de espaldas a la pared. ¿Puede decirnos qué nos está haciendo esa historia ahora mismo?

¡La historia no hace nada! Más bien es el hombre, el ser humano real, de carne y hueso, de pie en la tierra sólida y bien redondeada, que inspira y exhala todas las fuerzas de la naturaleza, quien hace todo esto.

¿Seguimos siendo dueños de lo que hacemos?

Las personas hacen su propia historia, pero no la hacen por su propia voluntad, no bajo circunstancias que ellos mismos han elegido, sino bajo circunstancias que son encontradas, dadas y transmitidas inmediatamente.

¿A qué atribuye esto?

Las personas siempre han tenido ideas equivocadas sobre sí mismas, sobre lo que son o deberían ser. Han establecido sus condiciones de acuerdo con sus ideas. Las monstruosidades de sus cabezas han crecido más allá de ellas. Ellos, los creadores, se han inclinado ante sus criaturas.

Eso suena como el «aprendiz de brujo» de Goethe: los espíritus que llamé, los espíritus de los que no puedo deshacerme ahora. ¿Cómo explica esta sumisión a nuestra propia creación?

La burguesía…

…Quiere decir la sociedad capitalista, el capital…

…no ha dejado otro vínculo entre persona y persona que el interés desnudo, que el insensible pago en efectivo. Hundió las sagradas lluvias del arrebato piadoso, el entusiasmo caballeresco, la melancolía burguesa en el agua helada del cálculo egoísta.

Usted ubica como el mal básico de todas las crisis mundiales al capitalismo. Puedo entenderlo cuando habla de la crisis financiera, la crisis climática, la crisis de los refugiados. ¿Pero qué tiene que ver con nuestra situación actual?

La burguesía persigue la necesidad de un mercado en constante expansión para sus productos en todo el mundo. Tiene que anidar en todas partes, crecer en todas partes, hacer conexiones en todas partes. La burguesía ha hecho cosmopolita la producción y el consumo de todos los países mediante su explotación del mercado mundial.

A esto lo llamamos globalización. Es precisamente este mundo de movilidad internacional y de cadenas de suministro mundiales el que se encuentra ahora casi paralizado, porque la enfermedad está tomando las mismas rutas que las personas y las mercancías. ¿Hay un retorno al mundo antes de eso?

Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y siguen siendo destruidas diariamente. Están siendo desplazadas por nuevas industrias, cuya introducción se está convirtiendo en una cuestión de vida para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no procesan materias primas autóctonas sino materias primas que pertenecen a las zonas más remotas y cuyos productos se consumen no solo en el propio país sino en todas las partes del mundo al mismo tiempo.

¿Por eso cada crisis de hoy se convierte en un acontecimiento mundial del que ningún país puede escapar?

La unilateralidad y limitación nacionales se hacen cada vez más algo imposible.

¿Cómo ha llegado tan lejos?

Por su propia naturaleza, el capital conduce más allá de cualquier barrera espacial. La creación de las condiciones físicas de intercambio –de los medios de comunicación y transporte– atrae a la civilización incluso a las naciones más bárbaras.

La crisis mundial como consecuencia de la aceleración y la globalización. ¿Puede explicarnos esta imagen?

La subyugación de las fuerzas de la naturaleza, la aplicación de la química a la industria y la agricultura, la explotación sistemática de la tierra, la recuperación de partes enteras del mundo, la aplicación consciente de la ciencia, el enredo de todos los pueblos en la red del mercado mundial y, por tanto, el carácter internacional del régimen capitalista.

¿Ni siquiera una catástrofe humana como la que estamos experimentando ahora puede hacer entrar en razón al capital?

El capital está determinado tanto por la perspectiva de la futura decadencia de la humanidad y, con el tiempo, la imparable despoblación, como por la posible caída de la tierra al sol.

Pero los mercados bursátiles se derrumban, la economía se pone de rodillas, amenaza una crisis económica mundial con desempleo masivo.

Après moi le déluge !

…después de mí el diluvio…

…es el grito de guerra de cada capitalista y cada nación capitalista.

¿Incluso cuando la enfermedad y la muerte amenazan?

El capital es despiadado contra la salud y la longevidad cuando no está obligado a que la sociedad lo considere.

Si le entiendo bien, estamos bailando sobre un volcán.

La sociedad burguesa moderna, que ha conjurado tan enormes medios de producción y transporte, es como el brujo que ya no puede controlar las fuerzas subterráneas que ha conjurado.

Conoce muy bien a Goethe. De aprendiz de brujo a hechicero. Ahora está usted usando Fausto para describir cómo nuestros propios logros han tomado el control de nuestro destino. Antes de que hablemos más sobre la crisis: ¿A quién o qué se ha rendido o sometido el pueblo con el capitalismo?

Un movimiento de cosas bajo cuyo control están en lugar de controlarlas.

¿En qué movimiento está pensando?

La circulación del dinero.

¿Un ciclo que nos sirve y mantiene todo vivo nos convierte en sus marionetas? ¿Cuál es la característica especial de este ciclo?

La circulación rezuma constantemente el dinero.

¿Y cómo lo hace?

El valor añade valor. Este movimiento lo transforma en capital.

Entiendo: el capital no es dinero, sino dinero en movimiento. ¿Es este movimiento en lo que está pensando para explicar la pérdida de control?

El capitalista sabe que todos los bienes son medios milagrosos para hacer más dinero con el dinero. El dinero persiguiendo al dinero es la descripción del capital en la boca de los mercantilistas.

Cobertura, o “hedging” en inglés. Esto es una reminiscencia de los fondos de cobertura de nuestros días. Pero tal sistema solo puede existir si está en constante crecimiento. Como un tumor que termina matando a su huésped. ¿De qué se alimenta el cáncer del capitalismo?

El capital es un trabajo muerto, que solo se anima vampíricamente por la absorción de trabajo vivo, y cuanto más absorbe, más vive.

Frankenstein y Drácula juntos.

Al transformar el dinero en mercancías, el capitalista transforma el valor decadente, el trabajo muerto en capital, un valor autoexplotado, un monstruo con alma que empieza a “trabajar” como si tuviera amor en el cuerpo.

De nuevo el Fausto, pero ahora al servicio del «dinero del trabajo». Un término que usted fue el primero en usar.

El capitalista como fanático de la explotación del valor…

…el regreso de su capital…

…obliga despiadadamente a la humanidad a producir por el bien de la producción misma.

¿No hay límites para el crecimiento en el capitalismo?

La circulación del dinero como capital es un fin en sí mismo. El movimiento de capital es excesivo.

Su relación con el dinero es, por decirlo suave, bastante ambivalente.

El dinero humilla a todos los dioses del ser humano y los convierte en una mercancía. Es la confraternización de las imposibilidades, obliga a lo contrario de besarse y, por lo tanto, le ha robado al mundo entero, tanto al mundo humano como a la naturaleza, su valor peculiar. El dinero, la puta general, el proxeneta general de los seres humanos y de los pueblos, es la esencia alienada del trabajo y la existencia de las personas, y esta esencia alienada domina a la gente y la gente, a su vez, la adora.

¿No es eso comprensible? Cuanto mayor sea el dinero, más ricos serán los beneficios y privilegios. Además, la gente ha sabido que el dinero gobierna el mundo desde que el dinero existe.

Así de grande es el poder del dinero, así de grande es mi poder. Lo que soy y lo que soy capaz de hacer no está determinado de ninguna manera por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprar a la mujer más hermosa. Así que no soy feo, porque el efecto de la fealdad, su poder de disuasión, es destruido por el dinero…

Se me ocurren muchos caballeros a los que les gustaría hacer eso.

No tengo espíritu, pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cómo podría su dueño no tener espíritu? Además, puede comprar a la gente espiritual, y quien tiene poder sobre la gente espiritual, ¿no es más espiritual que la persona espiritual?

Usted ha pensado más en la naturaleza del dinero que casi cualquier otra persona, pero usted y su familia han pasado la mayor parte de su vida adulta en una gran pobreza.

No creo que se haya escrito nunca sobre el dinero bajo tal falta de dinero. Si este estado continúa, preferiría yacer a cien brazas[1] de profundidad bajo la tierra que continuar vegetando de esta manera.

Cuenta con el apoyo de su amigo Friedrich Engels.

Que otros me molesten constantemente y al mismo tiempo vivir atormentado por la más pequeña nimiedad es insoportable a largo plazo. Yo, personalmente, trabajo en mi miseria estando muy ocupado con las cosas generales. Mi esposa no tiene los mismos recursos.

Jenny, su esposa, murió antes que usted. Ella significaba mucho para usted, ¿verdad?

¡Sería una mentira si no confesara que mi pensamiento está dominado por los recuerdos de mi esposa, esa parte de los mejores años de mi vida!

Juntos tuvieron siete hijos, cuatro de los cuales murieron jóvenes. Lo que más le afectó a usted fue la pérdida de su hijo Edgar, que murió en sus brazos a los ocho años.

Ya he pasado por todo tipo de mala suerte, pero solo ahora sé lo que es un verdadero desastre. La muerte de mi hijo ha sacudido profundamente mi corazón y mi cerebro, y todavía siento la pérdida tan fresca como el primer día.

Usted se ha malpasado por su trabajo y ha luchado constantemente con el sufrimiento físico.

Mi enfermedad siempre me sale de la cabeza.

Apenas se le ha escapado algo: forúnculos y ántrax, enfermedades de la piel, hígado, intestinos, dolor de muelas, dolores de cabeza, dolores de estómago y vómitos. ¿Por qué se tomó tantas molestias?

Porque me mantenía flotando al borde de la tumba. Así que tuve que usar cada momento de trabajo para terminar mi obra, por la cual sacrifiqué la salud, la felicidad y la familia. Realmente me hubiera creído poco práctico si hubiera muerto sin terminar mi libro.

Se refiere a su mayor trabajo, El Capital. ¿Cuál es el objetivo de su Crítica de la Economía Política?

El propósito final de este trabajo es revelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna.

Ya veo. El movimiento que nos domina. Como nos dicen los economistas de hoy: el mercado hace eso, según Adam Smith, controlado por una “mano invisible”. Eso no fue suficiente para usted.

¿Cómo es que la relación entre la demanda y la oferta domina el mundo entero, una relación que se cierne sobre la tierra como un destino antiguo y distribuye la felicidad y el infortunio a la gente, crea imperios y rompe imperios, hace que los pueblos surjan y desaparezcan?

¿Puede la ciencia económica ayudarnos en esta situación?

Las únicas ruedas que el economista nacional pone en marcha son la codicia y la guerra entre los codiciosos: la competencia.

Durante veinticinco años ha estado trabajando en su obra principal. Para mí, el mensaje central secreto de su libro es: La humanidad es como una marioneta dirigida por otra marioneta, que a su vez funciona como un autómata.

Un sujeto automatizado.

En cualquier caso, algo desalmado, algo como una fórmula o un programa, que se cumple con la misma implacabilidad que un algoritmo. ¿Esto también explica por qué su trabajo se lee tan difícil que incluso su amigo Engels lo llamó “positivamente incomprensible”?

Todos los comienzos son difíciles, ocurre en todas las ciencias. Por supuesto, yo asumo que los lectores quieren aprender algo nuevo, es decir, que también quieren pensar por sí mismos.

La famosa primera frase de El Capital dice: «La riqueza de las sociedades en las que prevalecen los modos de producción capitalistas aparece como una enorme colección de mercancías, la mercancía individual como su forma elemental”. Por mercancía no se entiende piezas individuales, sino productos en masa para mercados multitudinarios, producidos en fábricas diferentes e interdependientes con una división del trabajo. ¿Qué hace que este producto sea tan importante para su análisis?

A primera vista, una mercancía parece ser algo evidente y trivial. La forma de la madera, por ejemplo, cambia cuando se convierte en una mesa. Sin embargo, la mesa sigue siendo de madera, una cosa vulgar y sensual. Pero tan pronto aparece como una mercancía, se transforma en una cosa sensual y sobrenatural. No solo está de pie con las patas en el suelo, sino que se enfrenta de cabeza a todos los demás bienes y desarrolla ideas extravagantes desde su cabeza de madera, mucho más caprichosas que si empezara a bailar por voluntad propia.

Usted habla del carácter dual del producto. Por un lado, tiene un valor de cambio momentáneo, expresado en el precio. Pero esto es independiente del valor de utilidad, que no puede ser determinado de la misma manera. Los productores de los bienes realizan así dos cosas con el trabajo de sus manos y cerebros: crean algo utilizable y al mismo tiempo algo intercambiable por dinero, a través del cual el capitalista obtiene su plusvalía.

Yo demostré por primera vez y de manera crítica esta naturaleza ambivalente del trabajo contenido en los bienes.

¿La ambivalencia de la que habla es también la causa de la pérdida de control, cuyas consecuencias estamos experimentando tan dramáticamente?

Es solo la relación social de las propias personas que aquí toma la forma fantasmagórica de una relación de cosas para ellos. Por lo tanto, para encontrar una analogía, debemos huir a la región nebulosa del mundo religioso.

¿La religión de todas las cosas?

Aquí los productos de la cabeza humana parecen ser figuras independientes dotadas de vida propia, y en relación con los demás y con los seres humanos.

Que llamamos dioses. Usted habla de las “máscaras del personaje”.

Me refiero, en el mundo de los bienes, a los productos de la mano humana.

Y de la cabeza humana, y cada vez más, ya que se trata de productos masivos “intelectuales” producidos industrialmente para los mercados masivos mundiales, como aplicaciones para máquinas de cálculo.

Esto es lo que llamo el fetichismo que se adhiere a los productos de trabajo tan pronto se producen como bienes. Este carácter fetiche del mundo de los bienes surge del peculiar carácter social del trabajo.

Su descubrimiento más significativo, en mi opinión. ¿Incluye eso el dinero como un producto final?

Hace no mucho, el ciudadano, en un rico espíritu de iluminación, declaró que el dinero es una locura vacía: solo los bienes son dinero.

¿Y ahora qué?

¡Solo el dinero es una mercancía!, ahora está en el mercado mundial. Así como el ciervo pide agua fresca, su alma pide dinero, la única riqueza.

Y así cerramos el círculo.

Aquí se termina la figura fetiche del capital. El capital aparece como una fuente de interés misteriosa y autocreativa y en esta forma ya no lleva las cicatrices de su creación. El dinero tiene ahora “amor en el cuerpo”. Tan pronto como se presta, los intereses se acumulan, el dinero puede dormir o despertar, estar en casa o de viaje, de día o de noche.

La gallina de los huevos de oro del capitalismo. Al que tiene más, más se le dará.

Como portador consciente de este movimiento, el dueño del dinero se convierte en un capitalista. Su persona, o más bien su bolsa, es el punto de partida y el punto de retorno del dinero.

Cuando usted describe a los capitalistas, uno visualiza inmediatamente un cierto tipo de persona frente a sí.

El dueño del dinero avanza como capitán, el dueño del trabajo lo sigue; uno con una sonrisa significativa y ansioso de hacer negocios; el otro tímido, reacio, como alguien que ha llevado su propia piel al mercado.

Pero ambos, y este es el punto principal de su análisis, están sujetos al mismo sistema de limitaciones.

El capitalista funciona solo como capital personificado. El dominio del capitalista sobre el trabajador es, por lo tanto, el dominio de la causa sobre el hombre, del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, del producto sobre el productor.

¿Y el capital financiero?

Es la abolición del modo de producción capitalista dentro del modo de producción capitalista y, por lo tanto, una contradicción autosuficiente. Reproduce una nueva aristocracia financiera, un nuevo tipo de parásito, todo un sistema de engaño y fraude.

Lo que nos ha traído una grave crisis financiera mundial.

De hecho, el carácter crónico de la actual crisis financiera solo anuncia un resultado más grave y poco saludable. Cuanto más tiempo dure la crisis, peor será el cálculo.

¿Qué espera para Europa?

Europa se encuentra actualmente en la posición de un hombre al borde de la bancarrota, obligado a continuar todas las empresas que le han arruinado y a recurrir a todo tipo de medios desesperados con la esperanza de aplazar y evitar el último terrible accidente.

¿Cuál es el cálculo de los capitalistas?

Los especuladores saben que todos los estratos de las clases propietarias, incluso los no infectados anteriormente, han sido arrastrados al torbellino de la fiebre especulativa, que ningún país ha escapado de ella y que las exigencias de los gobiernos a sus contribuyentes se han estirado hasta el límite.

¿Cómo será el mundo cuando esta crisis termine?

Entonces el Océano Pacífico jugará el mismo papel que el Océano Atlántico ahora: el papel de la gran vía fluvial de transporte del mundo; y el Océano Atlántico se hundirá en el papel de un mar interior, como el papel que ahora juega el Mediterráneo.

¿Qué piensa del libre comercio?

El sistema de libre comercio desintegra las nacionalidades anteriores y acelera la revolución social. Solo en este sentido revolucionario voto por el libre comercio.

¿La crisis actual es también un precio, tal vez el último, en el pacto fáustico que la humanidad ha hecho con el capitalismo?

La historia es minuciosa y pasa por muchas fases cuando entierra una figura antigua.

Deudas, epidemias, refugiados: las crisis de la comunidad mundial. Y sobre todo la crisis climática. Usted habla de “un metabolismo humano con la naturaleza”.

Desde el punto de vista de una formación económica más elevada de la sociedad, la propiedad privada de los individuos en todo el mundo parecerá tan vulgar como la propiedad privada de una persona sobre otra persona. Incluso una sociedad entera, una nación, incluso todas las sociedades simultáneas tomadas en conjunto no son dueñas de la tierra. Solo son sus titulares, sus beneficiarios, y los tienen como boni patres familias

…como buenos padres de familia…

…para mejorar la tierra y legarla a las futuras generaciones.

Díganos qué hace una mejor sociedad.

En lugar de establecer sistemas inútiles para la felicidad de las naciones, me limitaré a investigar las causas de sus desgracias.

Su análisis de un poder ciego dominante se remonta a la crítica de la religión. Los gobernantes del cielo, dice usted, son de origen terrenal.

El ser humano hace la religión, la religión no hace al ser humano.

Así que aquí también nos sometemos a un poder que hemos creado nosotros mismos.

La religión es la teoría general de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica en forma popular, su comodidad y justificación general. Es la fantástica realización del ser humano, porque el ser humano no tiene una realidad verdadera.

¿Tenemos que superar primero las religiones para que todo sea mejor?

La lucha contra la religión es indirectamente la lucha contra ese mundo cuyo aroma espiritual es la religión. La miseria religiosa es por un lado la expresión de la miseria real y por otro la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura afligida, la mente de un mundo sin corazón, como el espíritu de las condiciones sin sentido; es el opio del pueblo.

Una frase suya que ha hecho una gran carrera por sí misma… ¿Tiene alguna idea de cómo salir de esta droga?

La abolición de la religión como la felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de su felicidad real, la exigencia de renunciar a un estado que necesita de la ilusión. La crítica de la religión es así en el brote la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo es la religión.

Dígale eso a un cristiano o musulmán profundamente creyente.

El Corán y la legislación mahometana basada en él reducen la geografía y la etnografía de los diferentes pueblos a la simple y conveniente división en creyentes y no creyentes. El infiel es “harby”, que significa el enemigo. El Islam proscribe la nación de los infieles y crea un estado de enemistad permanente entre los musulmanes y los infieles.

Aunque usted nació como judío por parte de su madre y su padre de una larga tradición rabínica, tampoco está muy contento con el judaísmo.

¿Cuál es la razón mundana del judaísmo? La necesidad práctica, el interés propio. ¿Cuál es el culto secular del judío? El regateo. ¿Cuál es su Dios mundano? El dinero, el celoso Dios de Israel, ante el cual ningún otro Dios puede estar de pie. El Dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en el Dios del mundo. La letra de cambio es el verdadero Dios del judío.

En su época, el término antisemitismo todavía no existía. Hoy en día, se le acusaría de ello, y con razón. Permítanos darle crédito por el hecho de que realmente quiere decir “capitalista” cuando dice “judío”, como era costumbre en su época. Usted trataba a los oponentes de mala manera cuando eran de ascendencia judía. Sobre todo con Ferdinand Lassalle, a quien la socialdemocracia alemana sigue llamando su padre fundador, junto con August Bebel.

El negro judío… Me queda perfectamente claro que él, como también lo demuestra la formación de su cabeza y el crecimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron a la procesión de Moisés fuera de Egipto. La agresividad de este chico también es negra.

Y esto dice usted que fue llamado “moro” por su amigo y familia a causa de su apariencia. ¿Podría ser que se refiera a usted mismo? Como alemán y como judío, es usted doblemente candidato al odio a sí mismo.

Practico la justicia histórica; doy a todos lo que les corresponde.

Primero estudió leyes, luego cambió a filosofía, donde también hizo su doctorado. ¿Qué le hizo decidirse a estudiar política y teoría económica?

Los filósofos solo han interpretado el mundo de manera diferente, es importante cambiarlo.

Para tener un impacto político, usted ha trabajado como periodista durante mucho tiempo. La única profesión en la que ha ganado dinero considerable.

La prensa libre es el ojo abierto en todas partes del espíritu del pueblo, el espejo espiritual en el que un pueblo se ve a sí mismo. Es todo, omnipresente, omnisciente. Es el mundo ideal, que siempre surge del real.

No todos los medios de comunicación de hoy en día gozan de una opinión tan alta. Algunas personas no confían en ellos, otras los ven como parte de la comercia-lización general.

La primera libertad de la prensa es no ser un comercio.

Ha luchado toda su vida por la libertad de prensa, primero perdiendo su patria alemana y luego su hogar en el exilio varias veces. Ha pasado la mayor parte de sus días terrenales como un refugiado tolerado sin ciudadanía. Un precio alto.

Lo que hace de la prensa la palanca más poderosa de la cultura y la educación popular intelectual es que convierte la lucha de la carne y la sangre en una lucha fantasmagórica: la lucha de la necesidad, el deseo, el empirismo en una lucha de teoría, comprensión, forma.

Sin embargo, al final se retiró del periodismo.

Estoy cansado de la hipocresía, la estupidez, la autoridad bruta, y de nuestros acurru-camientos, dobleces y discusiones. La constante mancha del periódico me quita mucho tiempo, se fragmenta y no es nada después de todo. Independiente, tanto como quieras, estás obligado al papel y a la audiencia del mismo, especialmente si recibes el pago en efectivo como yo. Los trabajos puramente científicos son otra cosa por completo.

Como científico ha logrado cosas enormes. Espero no ofenderlo con mi evaluación de que fracasó como político en la vida. De todos modos, su mito tiene menos que ver con su trabajo que con el efecto después de su muerte. Los mayores trastornos políticos del siglo XX tuvieron lugar en su nombre. Tanto el imperio soviético como el chino se refieren a usted y al marxismo.

Todo lo que sé es que no soy marxista.

No debería esconderse. El sistema de Europa del Este puede haber sido destruido en la competencia con el capitalismo. Pero el Asia oriental ha aprendido de sus enemigos, ha construido una economía estatal próspera y ha llevado la pros-peridad a cientos de millones de personas. Es en el espíritu del marxismo que el poder mundial del futuro está emergiendo. Puede que haya creado la plaga de la crisis actual, pero luego la dominó mejor que el resto del mundo. Al mismo tiempo vemos a los populistas anticomunistas de derecha tomando el control en todas partes.

La tradición de todos los géneros muertos pesa como un alba en el cerebro de los vivos. Y cuando parecen estar ocupados transformándose a sí mismos y a las cosas, creando algo sin precedentes, es justo en tales períodos de crisis revolucionarias que invocan ansiosamente a los espíritus del pasado para realizar la nueva escena de la historia del mundo.

¿Qué consecuencias teme para las elecciones “democráticas”?

El sufragio universal parece haber sobrevivido solo por un momento, para poder hacer su propia voluntad ante los ojos del mundo y declararlo en nombre del pueblo: Todo lo que existe es digno de perecer.

Mefisto, mientras vive y respira. Dígame: un autócrata tan libremente elegido, ¿cómo se comporta típicamente?

Perseguido por las exigencias contradictorias de su situación, al mismo tiempo como un prestidigitador en la necesidad de mantener los ojos del público fijos en sí mismo por sorpresa constante, es decir, para dar cada día un golpe de Estado en miniatura, confunde toda la economía burguesa, lo toca todo y crea anarquía incluso en nombre del orden, mientras que al mismo tiempo despoja de la aureola a toda la maquinaria del Estado, profanándola, haciéndola repugnante y ridícula a la vez.

Ese es el tipo de hombre que los estadounidenses han elegido para dirigir su país.

Una nación y una mujer no perdonarán la hora desprotegida en la que el primer mejor aventurero podría cometer actos de violencia contra ellas. Quedaría por explicar cómo una nación de millones de personas pude ser tomada por sorpresa y llevada en cautiverio sin re-sistencia.

Hölderlin dice: Pero donde hay peligro, la salvación también crece. Por favor, díganos cómo podemos salir del lío de nuestras múltiples crisis mundiales.

El derrocamiento de la violencia existente y la disolución de las viejas condiciones.

Suena bastante radical.

Ser radical es llevar las cosas a la raíz. Pero la raíz del ser humano es el propio ser humano.

¿Cuál sería la ventaja de una revolución con respecto a la evolución?

El capitalismo ha demostrado ser muy adaptable. La revolución es completa; hace sus nego-cios con método. Y cuando haya completado este trabajo preparatorio, Europa saltará de su asiento y se regocijará: ¡Bien hecho, viejo topo!

El capitalismo ya lleva el germen del socialismo dentro de sí mismo…

En nuestros días cada cosa parece gestar su contraparte.

¿El comunismo por consiguiente? ¿No son suficientes los principios sociales del cristianismo?

Los principios sociales del cristianismo han tenido ahora mil ochocientos años para desarrollarse. Los principios sociales del cristianismo predican la necesidad de una clase dominante y una clase oprimida, y tienen para esta última solo el piadoso deseo de que la primera sea caritativa. Los principios sociales del cristianismo declaran que toda la vileza de los opresores contra los oprimidos es el justo castigo del pecado original. Los principios sociales del cristianismo predican la cobardía, el autodesprecio, la humillación, el servilismo, la humildad, en fin, todas las cualidades del canalla…

¡Cálmese! Cuando se trata de religión, regularmente se enoja. Los críticos dicen que si la actuación no logra nada, la negligencia socialista amenaza. Dicen que…

…con la abolición de la propiedad privada, toda actividad cesará y se eliminará la pereza general. Según esto, la sociedad burguesa debería haber perecido hace mucho tiempo por inercia; pues los que trabajan en ella no adquieren, y los que adquieren en ella no trabajan.

¿Cómo sería la vida en una sociedad comunista? ¿Tiene alguna idea?

Hacer esto hoy, hacer aquello mañana, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado por la noche, criticar después de la cena, hacer como me plazca, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico.

Ha sido severamente criticado por esta formulación del principio del placer. Pero usted solo tomaba el comportamiento de ocio de los aristócratas ingleses, tímidos para el trabajo, como una burla. ¿Cómo llamaría usted a un buen comunismo?

La libertad del individuo es el prerrequisito para la libertad de todos.

El mundo nunca ha visto tal comunismo. Los experimentos que se llevaron a cabo en su nombre fueron experimentados por la mayoría de las personas como dictaduras del partido con vigilancia y coacción.

¿Significa esto que después de la caída de la vieja sociedad habrá un nuevo gobierno de clase que culminará en una nueva violencia política? No.

¿Y la dictadura del proletariado?

Un período de transición política.

¿Por cuánto tiempo?

Solo después de que todos los manantiales de las riquezas de la cooperativa hayan empezado a fluir con mayor plenitud; solo entonces puede la compañía ondear su bandera: ¡Cada uno según sus habilidades, cada uno según sus necesidades!

Si la crisis de hoy es el precio final del pacto fáustico con el capitalismo, ¿cómo debemos reaccionar?

¡A estas relaciones petrificadas debemos obligarlas a que bailen cantándoles su propia melodía!

¿Cómo es eso posible? Las reacciones políticas son más drásticas que nunca en tiempos de paz.

Hay que enseñar a las personas a tener miedo de sí mismas para darles valor.

¿Qué quiere lograr con esto?

Entonces se hará evidente que el mundo hace tiempo que posee el sueño de una cosa de la que solo necesita poseer la conciencia para obtenerla realmente. Quedará claro que no se trata de un gran salto entre el pasado y el futuro, sino de la culminación de los pensamientos del pasado. Por fin se hará evidente que la humanidad no está empezando un nuevo trabajo, sino que está llevando a cabo, de manera consciente, su antiguo trabajo.

El ser determina la conciencia, aprendimos con usted. ¿Podría la crisis mundial actual llevar a la sociedad civil mundial que Immanuel Kant vio en el lejano horizonte?

Este es un trabajo para el mundo y para nosotros. Solo puede ser el trabajo de fuerzas unidas. Es una confesión, nada más. Para ser perdonada por sus pecados, la humanidad solo necesita explicar qué son estos pecados.

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[1] Una braza era una medida de capacidad para leña equivalente a 1.8 m3.

«Milkman» de Anna Burns

Reseña del libro Milkman (2019) de Anna Burns. Traducido al español por Maia Figueroa Evans, editorial Alianza[1].

Milkman podría no haber ganado el premio Booker en 2018 y eso no afectaría en nada su importancia y su enorme riqueza. Se trata de una novela en la que su autora se ha puesto varios retos y los ha conquistado todos. Algunos son de tipo formal, como veremos, y otros son más personales. Con esta novela Burns ha querido contar una parte de su historia y, al mismo tiempo, una parte de la historia de muchas personas que lamentablemente podrían identificarse con ella. Anna Burns creció en Belfast durante una época conocida como The Troubles, los problemas, un eufemismo para nombrar casi treinta años de violencia rampante, bombas, terrorismo, y todas las atrocidades propias de un estado totalitario y una guerrilla de la que no se salvaron ni los perros.

Con todo, Burns no ha querido nombrar de manera directa su ciudad, Belfast, ni tampoco les ha dado nombre a sus personajes. Este es uno de los retos formales a los que me referí un poco antes. Y el resultado es magnífico. Nunca es un problema en la lectura identificar a quién se refiere la narradora; por el contrario, los sobrenombres que utiliza son de una gran precisión. Y es un gran hallazgo este recurso, porque los nombres, en el contexto de la historia de la protagonista y por extensión de la autora, tenían mucho peso. A alguien se le podía acusar de traidor si nombraba a su hija o hijo con algún nombre prohibido; es decir, algún nombre que “perteneciera” a personas de la religión contraria o a aquel país que estaba del otro lado del mar. Existían listas al respecto, como apunta la narradora anónima de la novela:

Los nombres prohibidos eran: Nigel, Jason, Jasper, Lance, Percival, Wilbur, Wilfred, Peregrine, Norman, Alf, Reginald, Cedric, Ernest, George, Harvey, Arnold, Wilberine, Tristram, Clive, Eustace, Auberon, Felix, Peverill, Winston, Godfrey, Héctor, junto con Hubert, un primo de Héctor, tampoco están permitidos. Tampoco lo estaban Lambert o Lawrence o Howard o los otros Laurence o Lionel o Randolph porque Randolph era como Cyril que era como Lamont que era como Meredith, Harold, Algernon y Beverley. Myles tampoco estaba permitido. Tampoco Evelyn, Ivor, Mortimer, Keith, Rodney, Roger, Earl of Rupert, Willard, Simon, Sir Mary, Zebedee o Quentin, aunque quizás ahora Quentin, debido a que el cineasta se desempeñaba bien en Estados Unidos en esa época. O Albert. O Troya. O Barclay. O Eric. O Marcus. O Sefton. O Marmaduke. O Greville. O Edgar porque todos esos nombres no estaban permitidos. Clifford era otro nombre no permitido. Lesley tampoco lo estaba. Peverill estaba prohibido dos veces (23-4).

Decía que de la violencia de esta época no se salvaron ni los perros, porque, en efecto, la protagonista narra una matanza de perros ocurrida a manos del ejército en un acto que buscaba intimidar a la población. La narradora describe esta matanza y se concentra al final en un perro en particular; uno que se había mostrado cariñoso con los militares. Esto en un intento de comprender cómo la violencia se había adueñado de todo.

Lo supe inmediatamente, ¡Dios mío! ¡Era verdad! ¡Por eso lo mataron! ¡Lo mataron porque el perro fue cariñoso con ellos! […] Lo mataron porque […] no podían soportar ser queridos, no podían soportar la inocencia, la franqueza, la apertura, la indefensión y un afecto y una pureza tales; era tanto cariño que había que acabar con el perro y sus cualidades. No podían soportarlo. Tenían que matarlo. Probablemente ellos mismos habrían visto esto como defensa propia. Y ese era el problema con la gente luminosa. Tomemos un grupo de individuos que no eran luminosos, tal vez una comunidad entera, una nación entera, o tal vez sólo una estatua inmersa a largo plazo en los planos físico y energético en las energías mentales oscuras; condicionados también, a través de años de sufrimiento personal y comunitario, historia personal y comunitaria, a estar sobrecargados con la pesadez y la tristeza y el miedo y la ira – bueno, estas personas no podían, ni por asomo, estar abiertas a cualquier señal luminosa de una persona que entrara en su entorno y brillara sobre ellos así como así. En cuanto al medio ambiente, eso también se opondría, respaldando el pesimismo de su gente, que fue lo que ocurrió donde yo vivía, donde todo el lugar parecía estar siempre en la oscuridad. Era como si las luces eléctricas estuvieran apagadas, siempre apagadas, aunque el atardecer ya había pasado, así que deberían haber estado encendidas, pero nadie las encendía y nadie se daba cuenta tampoco, no estaban encendidas. Todo esto también parecía normal, lo que significaba que parte de la normalidad aquí era esta constante y no reconocida lucha por ver. Sabía incluso de niña – tal vez porque era una niña – que esto no era realmente físico; sabía que la impresión de un paño mortuorio, de alguna cualidad distorsionada de la luz tenía que ver con los problemas políticos, con las heridas que habían llegado, los problemas que se habían construido, con la pérdida de la esperanza y la ausencia de confianza y con una incapacitación mental sobre la que nadie parecía estar preparado o ser capaz de prevalecer. El propio entorno físico de entonces, en connivencia con, o como resultado de, la oscuridad humana que se descargaba en él, no fomentaba por sí mismo la luz. En lugar de ello, el lugar estaba hundido en una larga y melancólica historia, hasta el punto en que la persona verdaderamente luminosa que llegaba a esta oscuridad corría el riesgo de no sobrevivir en ella, de tener su propio brillo sumergido en ella y, en algunos casos – si la persona era vista como intolerablemente extra-brillante y extra-luminosa – podría incluso llegar al punto de que ese individuo tuviera que perder su vida física. En cuanto a los que vivían en la oscuridad, que durante mucho tiempo estuvieron en sintonía con la certeza de la oscuridad, esto tampoco era cualquier cosa para ellos. ¿Qué pasa si aceptamos estos puntos de luz, su translucidez, su brillo; qué pasa si nos permitimos disfrutar de esto, dejamos de temerlo, nos acostumbramos a eso; qué pasa si llegamos a creer en eso, a esperarlo, a impresionarnos por eso; qué pasa si tomamos la esperanza y renunciamos a nuestra antigua herencia y en su lugar, e infundidos, comenzamos a arrastrarnos con ella, con nosotros mismos para luego irradiarla; qué pasa si hacemos eso, nos educamos hasta ese punto, y luego, así como así, la luz se apaga o es arrebatada? Por eso no había mucha gente luminosa en lugares abrumadores y consistentes con el miedo y la pena (89-90).

Pero como buena novela, en Milkman hay varios registros. Otro reto formal de Anna Burns que resuelve magníficamente es el uso del flujo de conciencia como discurso narrativo. Es complejo lograr matices y un lenguaje polifónico al emplear una técnica como el flujo de conciencia, pero ella lo logra y a ratos lo hace entrañable. La narradora tiene varios hermanos y hermanas, como la gran mayoría de los personajes de la época. Ella, es la hermana del medio, y después siguen tres pequeñas hermanas superdotadas, que a pesar de su edad leen y estudian temas de enorme complejidad. Sin embargo, no dejan de ser niñas. Aquí un ejemplo de una manera en que la narradora le presenta al lector algo del carácter de estas niñas quienes siempre interactúan al unísono.

«Haces preguntas un tanto peculiares, hija», me respondió mamá. «No tan peculiares como las que hacen las hermanitas», dije, «y las respondes como si fueran preguntas normales», por ejemplo, las del desayuno. «Mami», dijeron, «si una mujer fuera excesivamente deportista y esta cosa llamada menstruación se detuviera dentro de ti porque fueras excesivamente deportista» – las hermanas pequeñas habían descubierto recientemente la menstruación en un libro, pero aún no a través de la experiencia personal – «entonces dejaras de ser excesivamente deportista y si tu menstruación regresara, significaría que tendrías tiempo extra de menstruación para compensar la brecha de no haberla tenido cuando deberías haberla tenido sólo que no podías porque tu deportividad estaba bloqueando la producción de tu hormona estimulante de folículos, también bloqueando la hormona luteinizante para que no instruya al estrógeno a estimular el revestimiento del útero en espera de que el óvulo sea fecundado, con la consiguiente insuficiencia de hormonas y estrógenos que impiden la liberación del óvulo a ser fecundado o – en caso de que el óvulo sea liberado pero no fecundado – a la degeneración del cuerpo lúteo y la descamación del endometrio o, Mami, ¿tu menstruación se detendría en el momento en que fue programada biológicamente para detenerse sin importar los meses o años de deportividad excesiva cuando tu menstruación no había llegado? ’ Ma me dijo que sí, que trataba las preguntas de las hermanitas como si fueran preguntas normales, pero que las hermanitas eran las hermanitas – incluso sus profesores lo decían – lo que significa que siempre debían ser extrañas en sus preguntas y en la adquisición de conocimientos, mientras que yo, dijo, al ser de una cerebración diferente a las hermanitas, esperaba que yo ya hubiera crecido y dejado todo eso atrás (83-4).

Aunque la mayor parte de la novela se centra en los hechos que le ocurren a la protagonista en un lapso de pocas semanas, cuando ella tiene poco más de dieciocho años de edad y está siendo acosada por un paramilitar al que apodan Milkman, hay reflexiones sobre la manera en que ella y otros niños de su comunidad habían crecido. Los acosadores o abusadores sexuales de niñas estaban muchas veces, como suele ocurrir, dentro de las propias familias. Esto no impide que la autora logre una mezcla de humor y denuncia al mismo tiempo obteniendo así un logro más en la narrativa. Aquí un fragmento del momento en que la narradora cuenta cómo entre ella y una de sus hermanas mayores intentan prevenir a las hermanitas sobre cualquier acercamiento indebido que pueda tener uno de los cuñados de ellas, el “primer cuñado”.

Se trataba del campo sexual; ese hombre no sabía cómo participar en ningún otro campo. Por eso la tercera hermana y yo habíamos intentado hablar con las niñas. Las hermanitas, sin embargo, dijeron que no necesitaban que les advirtiéramos de algo febril, impulsivo y codicioso sobre el primer cuñado. Dijeron que él tenía una neurosis compulsiva enfermiza y que era muy evidente para todos. «Sólo que, ¿a nosotras qué nos importa?», añadieron. «¿Por qué vienes a nosotros, diciéndonos esto, advirtiéndonos de nuestro primer cuñado?» «Si intenta algo,» dijo la tercera hermana. ¿Intentar qué?’, dijeron. «Aunque les hable de forma aparentemente inocente sobre el tema, digamos, de la Revolución Francesa…» «¿Qué aspecto de la Revolución Francesa?» «Cualquier aspecto», dijo la tercera hermana. «O», continuó ella, «si él trata de tener una discusión sobre esa teoría científica marginada que ustedes tres tienen, la de la multi-turbulencia hidrotermal»… «Estás haciendo un esbozo incorrecto de eso, tercera hermana», dijeron las hermanitas. «Lo que la tercera hermana quiere decir», interrumpí, «es que si él se une a la desaprobación de Demóstenes de Alcibíades, o si aparece de pronto y trata de exponer la tesis de que Francis Bacon era en realidad William Shakespeare, lo que ella quiere decir…» «¡Nosotras sabemos lo que significa exponer estas tesis!”, contestaron las hermanitas. «Lo que la hermana de en medio está diciendo», dijo la tercera hermana, «es que si él se mete en una exposición sumaria sobre la firma de Guy Fawkes antes de ser torturado y la firma de la confesión de Guy Fawkes después de ser torturado, eso significa que…» «¡Sabemos lo que significa una exposición sumaria!”, replicaron ellas. Miren, hermanitas, el punto es, dije, si él trata de atraerlas con el pretexto de algo – ciencia, arte, literatura, lingüística, antropología social, matemáticas, política, química, el tracto intestinal, eufemismos inusuales, contabilidad de doble entrada, las tres divisiones de la psique, el alfabeto hebreo, el nihilismo ruso, el ganado asiático, la porcelana china del siglo XII, la unidad japonesa – «No entendemos», gritaron las hermanitas. «¿Qué hay de malo en hablar de esas cosas?» «Lo malo es que no se dejen engañar», dijo la tercera hermana. «Nada de eso será el asunto, no será lo que él realmente busca”. Pero, ¿cuál es el asunto entonces? ¿Qué es lo que realmente busca? ¿Qué es lo que quieren decir ustedes dos?”, dijeron las hermanitas. Pudimos ver, la tercera hermana y yo, que lejos de tranquilizar y proteger a las niñas, las habíamos alarmado y asustado. La tercera hermana dijo entonces: «Será algo abusivo, sexualmente invasivo, una cosa violenta y espeluznante, siempre algo verbal, pero pensándolo bien, no importa. Ustedes tres son demasiado jóvenes para saber de eso todavía» (211-2).

En suma, Milkman de Anna Burns es una novela en la que confluyen una visión femenina, íntima, con la visión de toda una comunidad durante una época violenta (los llamados Troubles en Irlanda del Norte que comenzaron a fines de los años sesenta y terminaron casi treinta años después). Al mismo tiempo es una novela de formación, una historia en la que a pesar de las dificultades hay siempre tiempo para la ternura, el buen humor, la sexualidad, la imaginación y la destreza narrativa.

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[1] La edición consultada para esta reseña es: Anna Burns (2019). Milkman. Faber & Faber. Libro electrónico. Las citas son traducciones propias.

«Podemos salvar el mundo antes de cenar» de Jonathan Safran Foer

El libro que nos ocupa ahora se llama en inglés We are the Weather (Somos el clima) pero la editorial Seix Barral optó por titularlo Podemos salvar el mundo antes de cenar, y fue traducido al español por Lorenzo Luengo Regalado. Se trata de un ensayo dividido en varios capítulos breves. Esta extensión, deliberada o no de parte de Jonathan Safran Foer, el autor, es uno de los grandes aciertos del libro. El tema central, del que hablaremos un poco más adelante aunque su importancia y pertinencia sean enormes, aún requiere de rodeos para ser atajado y expuesto. Y es que no es fácil hablar de ello sin encender todo tipo de reacciones viscerales instantáneamente. Algo, sin embargo, hay que adelantar. Es un tema que involucra la subsistencia de los seres humanos. Al menos en este planeta. Dice Safran Foer: “La verdad es que no me importa la crisis planetaria, no a nivel de creencia. Hago esfuerzos para superar mis límites emocionales: Leo los informes, veo los documentales, asisto a las marchas. Pero mis límites no se mueven”. Creo que no es difícil identificarse con estas palabras de Safran Foer. Podemos saber que el cambio climático es una bomba de tiempo que dará fin a la mayor parte de la humanidad, pero no sentirlo realmente. O incluso creer que eso poco que hacemos no implica una diferencia importante. Y es que no es fácil actuar cuando lo que está en juego es hacer un cambio radical. Como él mismo reconoce, “cuando se necesita un cambio radical, muchos argumentan que es imposible que las acciones individuales lo lleven a cabo, por lo que es inútil que alguien lo intente. Esto es exactamente lo contrario de la verdad: la impotencia de la acción individual es una razón para que todos lo intenten”. Precisamente porque la urgencia es planetaria, el cambio requiere de la participación de todos. Aquí algo más de lo que dice Safran Foer en su libro:

Según un análisis de 2017, el reciclaje y la plantación de árboles se encuentran entre las opciones personales más recomendadas para combatir el cambio climático, pero no son «de alto impacto»: son sentimientos más que acciones. Entre otras acciones que se consideran importantes pero que no son de alto impacto: instalar paneles solares, ahorrar luz, comer localmente, hacer composta, lavar la ropa con agua fría y secarla en la cuerda floja, ser sensible a las cantidades y tipos de embalaje, comprar alimentos orgánicos, sustituir un coche convencional por uno híbrido.

Y es que la intención del autor de Podemos salvar el mundo antes de la cena no es minimizar estos esfuerzos que cada vez más personas realizan por contribuir a mitigar los efectos del cambio climático. Se trata de mostrarnos la magnitud del problema en primer lugar, para después atajar la única solución que tenemos a la mano y después reconocer las enormes dificultades que tendremos para llevarlas a cabo.

El objetivo del acuerdo de París [continúa Safran Foer] de mantener el calentamiento global por debajo de los 2 grados centígrados, considerado un objetivo ambicioso, es apenas el borde exterior del cataclismo. Incluso si somos capaces de lograrlo milagrosamente, los modelos estadísticos recientes sitúan la probabilidad en un 5%, estaremos viviendo en un mundo mucho menos hospitalario que el que conocemos, y muchos de los cambios que se pongan en marcha serán, en el mejor de los casos, irreversibles y, en el peor, auto-amplificados. Si desafiamos las grandes probabilidades y limitamos el calentamiento global a 2 grados: – El nivel del mar subirá 49 cm. inundando las costas de todo el mundo. Dhaka (población de 18 millones), Karachi (15 millones), Nueva York (8,5 millones) y docenas de otras metrópolis serán de facto inhabitables; se prevé que 143 millones de personas se conviertan en migrantes climáticos. – Se estima que los conflictos armados aumentarán en un 40 por ciento debido al cambio climático. – Groenlandia se derretirá. – Entre el 20 y el 40 por ciento del Amazonas será destruido. […] La mortalidad humana aumentará drásticamente debido a las olas de calor, las inundaciones y las sequías. Habrá un aumento desenfrenado del asma y otras enfermedades respiratorias. El número de personas en riesgo de contraer malaria aumentará en varios cientos de millones. – Cuatrocientos millones de personas sufrirán de escasez de agua. – Los océanos más cálidos dañarán irreparablemente el 99 por ciento de los arrecifes de coral, alterando los ecosistemas para nueve millones de especies. – La mitad de todas las especies animales se enfrentarán a la extinción. – Un total del 60 por ciento de todas las especies de plantas se enfrentará a la extinción. – El rendimiento del trigo se reducirá en un 12 por ciento, el del arroz en un 6,4 por ciento, el del maíz en un 17,8 por ciento y el de la soya en un 6,2 por ciento. – Se estima que el PIB mundial per cápita disminuirá en un 13 por ciento. Estas son algunas estadísticas preocupantes, cuyo impacto emocional es poco probable que sobreviva hasta el final de esta frase. Es decir, el horrible futuro que describen será reconocido por la mayoría de los lectores de este libro y creído por pocos. Comparto estas cifras con la esperanza de que ustedes las crean. Pero yo no las creo.

Y es que tener información no significa aceptarla ni mucho menos asimilarla. Saber todo lo anterior no conduce necesariamente a querer remediarlo. De hecho, entre los muchos intelectuales que tocan estos temas es perceptible la falta de compromiso y de empatía con lo que todo esto representa. Están más prontos al arrebato o a la negación que a la necesidad de escuchar y actuar de manera urgente para salvar –ya no nuestra forma de vida actual– sino alguna forma de vida en que los seres humanos no se extingan.

Este es un libro [dice Safran Foer revelando el misterio de su tema central] sobre los impactos de la agricultura animal en el medio ambiente. Sin embargo, [continúa el novelista] me las he arreglado para ocultar que de esto se trata durante las sesenta y tres páginas anteriores. Me he alejado del tema por […] miedo a que sea una batalla perdida de antemano […] Las conversaciones sobre carne, lácteos y huevo hacen que la gente se ponga a la defensiva. Hacen que la gente se moleste. Nadie que no sea vegano está ansioso por hablar de eso, y la pasión con que los veganos hablan de esto puede ser contraproducente. Pero no tenemos ninguna esperanza de abordar el cambio climático si no podemos hablar honestamente sobre lo que lo está causando, así como nuestro potencial, y nuestros límites, para cambiar […] No podemos salvar el planeta a menos que reduzcamos significativamente nuestro consumo de productos animales.

Y añade Safran Foer:

Este libro es un argumento para un acto colectivo para comer de forma distinta, específicamente, para no comer productos animales antes de la cena. Es un argumento difícil de hacer, tanto porque el tema es muy tenso como por el sacrificio que implica. A la mayoría de la gente le gusta el olor y el sabor de la carne, los lácteos y el huevo. La mayoría de la gente valora el papel que los productos animales juegan en sus vidas y no están preparados para adoptar nuevas identidades alimenticias. La mayoría de la gente ha comido productos animales en casi todas las comidas desde que eran niños, y es difícil cambiar los hábitos de toda la vida, incluso cuando no están cargados de placer e identidad.

Una vez expuesto el tema central, el resto del libro es una suerte de montaña rusa. Safran Foer combina datos duros que no solo sustentan sino subrayan los argumentos de este autor norteamericano con momentos de auténtica reflexión personal escrita en una prosa clara y nunca condescendiente. ¿Qué significa para este autor ser contradictorio o sordo ante aquello que él mismo difunde? ¿Qué piensa que va a lograr con escribir un libro sobre este tema? ¿Cuánto de narcisismo habita en alguien que piensa que se puede provocar un cambio tan importante con la difusión de algunas palabras escritas o pronunciadas? Estas preguntas son respondidas a lo largo de este libro en donde el autor no sale ileso de su propio escrutinio. Hay un capítulo en que “dialoga” con su propia alma y otro en que confiesa haber comido hamburguesas de vez en cuando mientras estaba de gira de su libro anterior, un libro acerca del porqué debemos dejar de comer productos de origen animal.

Safran Foer mantiene un contrapunto en su discurso y nos habla también de lo que nuestros hábitos para comer representan a nivel global. Nos pide, por ejemplo, que analicemos el caso de Bangladesh,

el país que se considera más vulnerable al cambio climático [dice el autor]. Se estima que seis millones de bangladesíes ya han sido desplazados por desastres ambientales como ciclones tropicales, sequías e inundaciones, y se prevé que millones más se vean desplazados en los próximos años. Las subidas previstas del nivel del mar podrían inundar alrededor de un tercio del país, desarraigando entre 25 y 30 millones de personas. Sería fácil escuchar esa cifra y no sentirla. Cada año, el Informe sobre la Felicidad en el Mundo clasifica a los cincuenta países más felices del mundo en función de cómo los encuestados califican sus vidas, desde «la mejor vida posible» hasta «la peor vida posible». En 2018, clasificó a Finlandia, Noruega y Dinamarca como los tres países más felices del mundo. […] La población combinada de Finlandia, Noruega y Dinamarca es aproximadamente la mitad de la cantidad de refugiados climáticos de Bangladesh que se espera. Pero esos treinta millones de bangladesíes que están amenazados con las peores vidas posibles no son un tema popular en la radio. Bangladesh tiene una de las huellas de carbono más pequeñas del mundo, lo que significa que es el menos responsable de los daños que más lo afligen. El bangladesí promedio es responsable de 0,29 toneladas métricas de emisiones de dióxido de carbono por año, mientras que el finlandés promedio es responsable de unas 38 veces eso: 11,15 toneladas métricas. Bangladesh también es uno de los países más vegetarianos del mundo, donde la persona promedio consume alrededor de 4 kilos de carne por año. En 2018, el ciudadano finlandés promedio consumió felizmente esa cantidad cada dieciocho días, y eso sin contar el consumo de mariscos. Millones de bangladesíes están pagando por un estilo de vida de recursos que ellos mismos nunca han disfrutado. Imagine que nunca ha tocado un cigarro en su vida, pero se ha visto obligado a absorber los gastos de salud de un fumador empedernido al otro lado del planeta. Imagine que el fumador se mantuviera sano y en la cima de la tabla de felicidad -fumando más cigarrillos cada año que pasa, satisfaciendo su adicción- mientras usted sufre de cáncer de pulmón. En todo el mundo, más de 800 millones de personas están subalimentadas y casi 650 millones son obesas. Más de 150 millones de niños menores de cinco años tienen un retraso en el crecimiento físico debido a la desnutrición. Esa es otra cifra que exige que nos detengamos un momento para pensar. Imagine que todos los que viven en el Reino Unido y Francia tuvieran menos de cinco años y no tuvieran suficiente comida para crecer adecuadamente. Esa es la cantidad. Tres millones de niños menores de cinco años mueren de desnutrición cada año. Un millón y medio de niños murieron en el Holocausto.

Estos son algunos de los datos del libro Salvemos el planeta antes de la cena de Jonathan Safran Foer. Por supuesto es muy probable que esta información no sea nueva para varios de ustedes. Tal vez en un artículo, en otro libro, en algún documental reciente hemos escuchado estas y otras cifras espeluznantes. Sin embargo, uno de los varios méritos de Safran Foer es reconocer que las cifras solo serán espeluznantes cuando nosotros las asimilemos. Cosa nada sencilla, pues nuestro primer impulso es la negación, el desdén o ambas cosas.

Las poblaciones humanas han llevado a otras poblaciones humanas al borde de la extinción en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Ahora la especie entera se amenaza a sí misma con un suicidio masivo. No porque nadie nos obligue a hacerlo. No porque no lo sepamos. Y no porque no tengamos alternativas. Nos estamos matando porque elegir la muerte es más conveniente que elegir la vida. Porque la gente que se suicida no es la primera en morir por ello. Porque creemos que algún día, en algún lugar, algún genio está destinado a inventar una tecnología milagrosa que cambiará nuestro mundo para que no tengamos que cambiar nuestras vidas. Porque el placer a corto plazo es más seductor que la supervivencia a largo plazo. Porque nadie quiere ejercer su capacidad de comportamiento intencional hasta que alguien más lo haga. Hasta que el vecino lo haga. Hasta que las compañías de energía y de automóviles lo hagan. Hasta que el gobierno federal lo haga. Hasta que China, Australia, India, Brasil, el Reino Unido, hasta que el mundo entero lo haga. Porque no nos damos cuenta de la muerte que causamos cada día. «Tenemos que hacer algo», nos decimos unos a otros, como si recitar la línea fuera suficiente. «Tenemos que hacer algo», nos decimos a nosotros mismos, y luego esperamos instrucciones que no están en camino. Sabemos que estamos eligiendo nuestro propio fin, pero simplemente no podemos creerlo.

Solo me resta invitarlos a leer este libro, Podemos salvar el planeta antes de la cena, a conocer más de una anécdota interesante sobre cómo nos hemos contado la Historia de la humanidad para tratar de no asumir nuestra responsabilidad en ella. Pero también a leer y a participar de una comunidad cada vez mayor de personas dispuestas a actuar ahora, a tomar partido en un momento de urgencia como el que habitamos.

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«¿Quién domina el mundo?» de Noam Chomsky

La recomendación de esta semana es ¿Quién domina el mundo? de Noam Chomsky. Fue publicado en español en 2017 por Ediciones B en la traducción de Javier Guerrero.

A lo largo de este libro, Chomsky analiza y hace una fuerte crítica hacia el gobierno de los Estados Unidos desde diferentes ángulos. Sus intervenciones en Latinoamérica y Medio Oriente están bien documentadas, así como las consecuencias desastrosas que la injerencia norteamericana ha tenido en varias partes del mundo. También hace un ejercicio de crítica hacia el interior del periodismo y de la propagación de la información en ese país. Chomsky analiza el papel moral de los llamados intelectuales, de algunos medios de comunicación prestigiosos como el New York Times, expone no solo las motivaciones reales sino el costo humano y económico de guerras como la de Irak, y muestra la urgencia de actuar frente al cambio climático, entre varios otros asuntos que competen directamente al mundo entero y que él analiza bajo el tamiz intervencionista de Estados Unidos.

No son pocos los capítulos en donde Chomsky explora las relaciones que han establecido el Estado de Israel y Estados Unidos, por ejemplo, para hablar de la invasión de Israel a Palestina y mostrar cómo ha sido Israel quien una y otra vez se ha negado a la paz. Por cierto, si no han visto el documental Los diarios de Oslo, vale la pena que lo hagan porque confirma lo expuesto por Chomsky en este libro. Los acuerdos de Oslo, una serie de tratados que a fines de los años noventa se buscaba que se firmaran entre líderes de Israel y Palestina a escondidas de sus respectivos pueblos fueron saboteados por los israelitas y resultaron un fiasco. Dice Chomsky al respecto:

Así pues, Oslo II anuló la decisión de casi todo el mundo, y todas las autoridades legales relevantes, de que Israel no tiene derechos sobre los territorios ocupados en 1967 y que los asentamientos son ilegales. […] Oslo II implantó con mayor firmeza el logro fundamental de Oslo I: todas las resoluciones de Naciones Unidas sobre los derechos palestinos fueron derogadas, incluidas las relativas a la legalidad de los asentamientos, el estatus de Jerusalén y el derecho al retorno. Eso borró de un plumazo casi todo el historial de la diplomacia de Oriente Próximo, salvo la versión puesta en marcha en el «proceso de paz» dirigido unilateralmente por Estados Unidos. Los hechos fundamentales no solo se extirparon de la historia, al menos en las crónicas estadounidenses, sino que también se eliminaron de manera oficial.

Así han continuado las cosas hasta el día de hoy.

Como se señaló, era comprensible que Arafat saltara ante la oportunidad de debilitar la dirección palestina interna para intentar reafirmar su poder menguante en los territorios. Pero ¿qué creían exactamente que estaban logrando los negociadores noruegos? El único estudio serio de la cuestión del que tengo conocimiento es la obra de Hilde Henriksen Waage, que había sido comisionada por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega para investigar el tema y a la que se le concedió acceso a archivos internos, solo para que hiciera el destacable hallazgo de que falta el registro del período crucial.

Waage observa que los Acuerdos de Oslo fueron ciertamente un punto de inflexión en la historia del conflicto Israel-Palestina, al tiempo que se establecía Oslo como «capital de la paz» mundial. «Se esperaba del proceso de Oslo que llevara paz a Oriente Próximo —escribe Waage—, pero para los palestinos, resultó en la parcelación de Cisjordania, la duplicación de colonos israelíes, la construcción de un paralizante muro de separación, un régimen de clausura draconiano y una separación sin precedentes entre la Franja de Gaza y Cisjordania».

Waage concluye de manera plausible que «el proceso de Oslo podría servir como ejemplo perfecto de los errores en el modelo de la mediación de un pequeño Estado como tercera parte en conflictos sumamente asimétricos» y, como expresa con crudeza, «el proceso de Oslo se desarrolló en terreno de Israel y Noruega actuó como su útil chico de los recados». Y continúa: «Los noruegos creían que por medio del diálogo y un gradual aumento de confianza se crearía una dinámica de paz irreversible que podría acercar el proceso hacia la solución. El problema con todo este enfoque es que la cuestión no es de confianza, sino de poder. El proceso de facilitación enmascara esa realidad. En el fondo, los resultados que pueden lograrse mediante la intermediación de una tercera parte débil no son más que lo que la parte fuerte permitirá […]. La cuestión que se plantea es si un modelo así puede ser adecuado».

Una buena pregunta, que merece plantearse, sobre todo cuando la opinión occidental bien formada adopta ahora la hipótesis ridícula de que es posible entablar negociaciones serías entre Israel y Palestina bajo los auspicios de Estados Unidos como «intermediario imparcial», cuando, en realidad, es desde hace cuarenta años socio de Israel en el bloqueo de un acuerdo diplomático que cuenta con un apoyo casi universal.

En otro capítulo, Chomsky aborda el tema del significado del 11 de septiembre. Si bien para la mayoría esta fecha está solo vinculada al ataque en contra de las Torres Gemelas de Nueva York, hay un 11 de septiembre previo del que pocos hablan ahora. Aquí está una parte de lo que Chomsky menciona en este libro:

EL SIGNIFICADO DEL 11-S

Si la responsabilidad de los intelectuales se refiere a su responsabilidad moral como seres humanos que pueden usar su privilegio y su estatus para defender las causas de la libertad, la justicia, la misericordia y la paz, y para denunciar no solo los abusos de nuestros enemigos, sino, de manera mucho más significativa, los crímenes en los cuales estamos implicados y que podemos mitigar o terminar si así lo decidimos, ¿cómo deberíamos pensar el 11-S?

La idea de que el 11-S «cambió el mundo» está ampliamente aceptada, lo cual es comprensible. Sin duda, los hechos de aquel día tuvieron consecuencias enormes a escala nacional e internacional. Una fue que llevó al presidente Bush a redeclarar la guerra de Reagan contra el terrorismo; la primera ha «desaparecido», por usar la expresión de nuestros asesinos y torturadores favoritos de Latinoamérica, presumiblemente porque sus resultados no encajan bien con nuestra imagen preferida. Otra consecuencia fue la invasión de Afganistán, luego, de Irak y, más recientemente, las intervenciones militares en otros países de la región, así como las amenazas regulares de un ataque sobre Irán («todas las opciones están abiertas», es la frase estándar). Los costes, en todas las dimensiones, han sido enormes. Eso sugiere una pregunta bastante obvia, que no se plantea aquí por primera vez: ¿había una alternativa?

Diversos analistas han observado que Bin Laden obtuvo éxitos fundamentales en su guerra contra Estados Unidos. «Afirmó repetidamente que la única forma de echar a Estados Unidos del mundo islámico y de derrotar a sus sátrapas era llevar a los estadounidenses a una serie de pequeñas pero caras guerras, lo que, al final, los llevarían a la bancarrota», escribe el periodista Eric Margolis. «Estados Unidos, primero durante el mandato de George W. Bush y luego durante el de Barack Obama, corrió a la trampa de Bin Laden […]. Gastos militares grotescamente exagerados y adicción a la deuda […] puede que sean el legado más pernicioso del hombre que pensó que podría derrotar a Estados Unidos». Un informe del Proyecto Costes de la Guerra del Instituto de Asuntos Internacionales y Públicos Watson, en la Universidad de Brown, calcula que la factura final será de entre 3,2 y 4 billones de dólares. Un éxito impresionante de Bin Laden.

Que Washington se precipitaría hacia la trampa de Bin Laden fue evidente enseguida. Michael Scheuer, analista de la CIA responsable de seguirle la pista de 1996 a 1999, escribió: «Bin Laden ha sido preciso al contarle a Estados Unidos las razones por las que está en guerra con nosotros. El dirigente de al-Qaeda —continuaba Scheuer— pretendía alterar drásticamente las políticas de Estados Unidos y Occidente hacia el mundo islámico». Luego explica que Bin Laden tuvo éxito en gran medida: «Las fuerzas y políticas de Estados Unidos están dando lugar a la radicalización del mundo islámico, algo que Osama bin Laden ha estado tratando de hacer con sustancial pero incompleto éxito desde principios de la década de 1990. Como resultado, creo que es justo concluir que Estados Unidos sigue siendo el único aliado indispensable de Bin Laden». Cabe argumentar que sigue siéndolo después de su muerte.

Hay una buena razón para creer que podría haberse dividido y socavado el movimiento yihadista después de los atentados del 11-S, que fue duramente criticado dentro del movimiento. Además, ese «crimen contra la humanidad», como fue justamente llamado, podría haberse abordado como un crimen, con una operación internacional para detener a los sospechosos probables. Eso se reconoció poco después del atentado, pero tal idea ni siquiera fue tenida en cuenta por quienes toman las decisiones en Washington. Parece que no se pensó ni un momento en la incierta oferta de los talibanes —cuya seriedad no podemos establecer— de llevar a los líderes de al-Qaeda a juicio.

En su momento, cité la conclusión de Robert Fisk de que el crimen horrendo del 11-S se cometió con «maldad y formidable crueldad», un juicio preciso. Los crímenes podrían haber sido todavía peores: supongamos que el vuelo 93 de United Airlines, derribado por valientes pasajeros en Pensilvania, hubiera impactado en la Casa Blanca y que el presidente hubiera muerto. Supongamos que los autores del crimen planearan imponer una dictadura militar que matara a miles de personas y torturara a cientos de miles más. Supongamos que la nueva dictadura estableciera, con el apoyo de los criminales, un centro internacional de terror que ayudara a instaurar Estados de tortura y terror similares en otros lugares, y, como guinda del pastel, llevara un equipo de economistas —llamémoslos Qandahar Boys— que de inmediato conducirían la economía a una de las peores depresiones de su historia. Eso, claramente, habría sido mucho peor que el 11-S.

Como todos deberíamos saber, eso no es un experimento teórico. Ocurrió. Por supuesto, me estoy refiriendo a lo que en Latinoamérica a menudo se conoce como «el primer 11-S»: el 11 de septiembre de 1973, cuando Estados Unidos tuvo éxito en sus reiterados esfuerzos para derrocar el Gobierno democrático de Salvador Allende en Chile mediante un golpe militar que colocó en el poder al siniestro general Augusto Pinochet. La dictadura colocó allí entonces a los Chicago Boys —economistas preparados en la Universidad de Chicago— para remodelar la economía de Chile. Consideremos la destrucción económica, las torturas y los secuestros, multipliquemos los números de víctimas por veinticinco para tener un equivalente per cápita y veremos que aquel primer 11-S fue mucho más devastador.

Chomsky analiza también decisiones clave de presidentes norteamericanos como Robert Kennedy y Barack Obama, quienes en realidad están lejos de ser los modelos de gobernantes humanistas como muchos suelen identificarlos. De hecho, que alguien como Obama haya ganado el Premio Nobel de la Paz es prácticamente un insulto hacia la mayoría de quienes han sido galardonados con esta deferencia. Y por último, Chomsky muestra el poco optimismo que tiene de que las cosas cambien ahora que es Donald Trump el presidente de Estados Unidos. Después de exponer algunos de los motivos que llevaron a Trump a la presidencia, Chomsky afirma:

Por supuesto, también hubo otros factores en el éxito de Trump. Los estudios demuestran que las doctrinas de la supremacía blanca tienen una influencia extraordinariamente poderosa en la cultura de los Estados Unidos, incluso más que en Sudáfrica, por ejemplo. Y no es ningún secreto que la población blanca americana está disminuyendo. Se prevé que en una o dos décadas los blancos serán una minoría de la fuerza de trabajo, y no mucho más tarde una minoría de la población. La cultura conservadora tradicional también se percibe como atacada, asediada por la «política de identidad», considerada como la provincia de las élites que solo tienen desprecio por los estadounidenses patriotas, trabajadores y practicantes de la iglesia con verdaderos valores familiares, cuyo país está desapareciendo ante sus ojos. La cultura conservadora tradicional, con sus profundos matices religiosos, mantiene un fuerte control sobre gran parte de la sociedad. Vale la pena recordar que antes de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, a pesar de haber sido durante mucho tiempo el país más rico del mundo, no era un actor importante en los asuntos mundiales, y era también una especie de remanso cultural. Alguien que quisiera estudiar física iría a Alemania; un aspirante a escritor o artista iría a París. Eso cambió radicalmente con la Segunda Guerra Mundial, por razones obvias, pero sólo para una parte de la población americana. Gran parte del país siguió siendo culturalmente tradicional, y así ha permanecido hasta hoy. Por mencionar solo un ejemplo (bastante desafortunado), una de las dificultades para despertar la preocupación de los estadounidenses por el calentamiento global es que alrededor del 40 por ciento de la población del país cree que Jesucristo probable o definitivamente regresará a la Tierra para el año 2050, por lo que no ven las muy graves amenazas de desastre climático en las décadas futuras como un problema. Un porcentaje similar cree que nuestro planeta fue creado hace solo unos pocos miles de años. Si la ciencia entra en conflicto con la Biblia, tanto peor para la ciencia. Como ejemplo está el que Trump eligiera para dirigir el Departamento de Educación a la multimillonaria Betsy DeVos, quien es miembro de una denominación protestante que sostiene que «todas las teorías científicas están sujetas a las Escrituras» y que «la humanidad ha sido creada a imagen de Dios; todas las teorías que minimizan este hecho y todas las teorías de la evolución que niegan la actividad creadora de Dios serán rechazadas». Sería difícil encontrar una analogía con este fenómeno en otras sociedades.

Y tiene razón. Es difícil encontrar otra sociedad como la norteamericana y otros críticos norteamericanos como Noam Chomsky. Por fortuna, de este último podemos aprender mucho no solo de aquella sociedad sino de las fuertes tendencias que hay en buena parte del planeta por destruirlo. La voz de Chomsky tal vez resuena hoy, durante la pandemia del Covid 19, con más fuerza que nunca.

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«Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo» de Chimamanda Ngozi

La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi ha construido una carrera literaria sorprendente. En muy pocos años ha escrito más de un libro notable. Y no se ha limitado al mundo de la ficción; también ha explorado el ensayo de manera exitosa. La recomendación de esta semana es su libro Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo, publicado en 2017 por Random House Mondadori y traducido al español por Cruz Rodríguez. Este ensayo se nos presenta como una carta que incluye una serie de recomendaciones sobre cómo educar a una hija en el feminismo. Como ella misma lo indica en el prólogo, Chimamanda Ngozi le escribió una carta a una amiga que recién había parido a una niña y quería que Chimamanda la aconsejara, pues Ijeawele, su amiga, quería educar a su pequeña dentro de una perspectiva feminista. La autora adaptó esa carta y la convirtió en este hermoso y breve libro.

Dice al respecto la autora:

Para mí, el feminismo siempre es contextual. No tengo una regla fija, lo más cercano que tengo a una fórmula son mis dos «Herramientas feministas» y quiero compartirlas contigo como punto de partida. La primera es una premisa, la sólida creencia inflexible con la que hay que empezar. ¿Cuál es esta premisa? La premisa feminista debería ser: Yo importo. Yo importo por igual. No «si tan solo». No «mientras». Yo importo por igual. Punto y aparte. La segunda herramienta es una pregunta: ¿puedes invertir la X y obtener los mismos resultados? Por ejemplo: mucha gente cree que la respuesta feminista de una mujer a la infidelidad de su marido debería ser irse de la casa. Pero creo que quedarse también puede ser una elección feminista, dependiendo del contexto. Si Chudi se acuesta con otra mujer y tú lo perdonas, ¿sería lo mismo si tú te acostaras con otro hombre? Si la respuesta es sí, entonces tu elección de perdonarlo puede ser una elección feminista porque no está moldeada por una desigualdad de género. Lamentablemente, la realidad en la mayoría de los matrimonios es que la respuesta a esa pregunta a menudo sería no, y la razón estaría basada en las diferencias de género – esa idea absurda de que «los hombres serán hombres», lo que significa tener un estándar mucho más bajo para los hombres.

Después de establecer esta pauta, la autora comienza con algunas recomendaciones para su amiga sobre cómo educar a su hija en el feminismo. Cada capítulo lleva por título alguna recomendación. Aquí una muestra. Leo un fragmento del capítulo titulado “Háganlo juntos”:

¿Recuerdas que en la escuela primaria aprendimos que un verbo era una palabra que indicaba una acción? Bueno, un padre es tanto un verbo como una madre. Chudi debería hacer todo lo que la biología le permite, que es todo menos amamantar. A veces las madres, tan condicionadas a ser todo y hacer todo, son cómplices de disminuir el papel de los padres. Podrías pensar que Chudi no bañará a la niña exactamente como tú quieres, que no le limpiará la cola tan perfectamente como tú. Pero, ¿y eso qué? ¿Qué es lo peor que puede pasar? Ella no morirá a manos de su padre. En serio. Él la ama. Es bueno para ella que su padre la cuide […] Compartan el cuidado de los niños. Lo que significa «Por igual», por supuesto, dependerá de ambos […] No tiene por qué significar un cincuenta y cincuenta por ciento literalmente o llevar una puntuación diaria, pero ambos sabrán cuando el cuidado de los niños se comparte por igual. Lo sabrás porque no tendrás resentimiento. Cuando hay verdadera igualdad, el resentimiento no existe.

Después de aclarar que en su idea de feminismo la inclusión del padre en los cuidados de los hijos es necesaria precisamente para establecer una relación de equidad, la autora continúa con comentarios y más recomendaciones por demás urgentes en nuestro tiempo. Por ejemplo, el tema de los roles de género en los más pequeños. Dice Chimamanda: “Si no ponemos la camisa de fuerza de los roles de género en los niños pequeños, les damos espacio para que alcancen su máximo potencial. Por favor, vean a Chizalum como un individuo. No como una niña que debería ser de cierta manera. Vean sus debilidades y sus fortalezas de manera individual. No la midan en una escala de lo que una niña debería ser. Mídanla en la escala que refleje la mejor versión de ella misma que puede ser”.

Y continúa el texto de esta manera:

Cuidado con el peligro de lo que yo llamo Feminismo Lite. Es la idea de la igualdad femenina condicional. Por favor, rechaza esto por completo. Es una idea hueca, apaciguadora y en bancarrota. Ser feminista es como estar embarazada. O lo estás o no lo estás. O crees en la igualdad total de hombres y mujeres o no. El Feminismo Lite utiliza analogías como «él es la cabeza y tú eres el cuello». O «él está manejando pero tú estás en el asiento del copiloto». Más preocupante es la idea, en este Feminismo Lite, de que los hombres son superiores por naturaleza, pero se espera que «traten bien a las mujeres». No. No. No. Debe haber algo más que la benevolencia masculina como base para el bienestar de una mujer. El Feminismo Lite utiliza en su lenguaje el verbo ‘permitir’. Lo que los hombres permiten.

Conforme avanza la lectura, la necesidad de que ensayos como este sean leídos también por hombres se hace cada vez más clara. Si la autocrítica es vital para el mejoramiento de una persona, cuánto más lo es para reparar el daño que la mitad de la humanidad ha hecho a la otra parte. Este daño es histórico y por ello su reparación tiene que tomar en cuenta aquello que para muchos ha sido visto como normal e incluso como “natural” (digo natural entre comillas). Pues como dice Chimamanda Ngozi: “He aquí una triste verdad: nuestro mundo está lleno de hombres y mujeres a los que no les gustan las mujeres poderosas. Hemos sido tan condicionados a pensar en el poder como algo masculino que una mujer poderosa es una aberración”. Y páginas más adelante, Chimamanda explora la importancia del lenguaje que utilizamos en el día a día (y más en su función de herramienta para la educación de una niña). Dice la autora: “Enséñale a cuestionar el lenguaje. El lenguaje es el depositario de nuestros prejuicios, nuestras creencias, nuestras suposiciones. Pero para enseñarle eso, tendrás que cuestionar tu propio lenguaje”.

Y añade:

Enséñale a tu hija a rechazar la simpatía. Su trabajo no es ser simpática, su trabajo es ser ella misma, una persona honesta y consciente de la humanidad igualitaria de otras personas […] Enseñamos a las niñas a ser agradables, a ser simpáticas, a ser falsas. Y no les enseñamos lo mismo a los niños. Esto es peligroso. Muchos depredadores sexuales se han aprovechado de esto. Muchas chicas se quedan calladas cuando son abusadas porque quieren ser agradables. Muchas chicas pasan demasiado tiempo tratando de ser ‘amables’ con la gente que les hace daño. Muchas chicas piensan en los «sentimientos» de aquellos que les hacen daño. Esta es una consecuencia tremenda de la simpatía […] También enséñenla a ser valiente. Anímenla a decir lo que piensa, a decir lo que realmente piensa, a decir la verdad. Y luego elógienla cuando lo haga. Elógienla especialmente cuando tome una posición que sea difícil o impopular, porque resulta ser una posición honesta. Díganle que la amabilidad importa. Elógienla cuando sea amable con otras personas. Pero enséñenle que su bondad nunca debe ser tomada por sentado. Díganle que ella también merece la bondad de los demás. Enséñale a defender lo que es suyo.

El tema de los estereotipos de la belleza no podía faltar en estas cerca de quince recomendaciones que hace la autora a su amiga. Y así continúa:

Chizalum notará muy pronto qué tipo de belleza valora la mayoría de la gente en el mundo. Lo verá en revistas, películas y programas de televisión. Ella verá que el ser blanca es algo valorado. Notará que la textura del cabello que más valora la gente es el cabello rubio o lacio […] Se encontrará con estos valores, te guste o no. Así que asegúrate de crear alternativas para que ella las vea. Háganle saber que las mujeres blancas y delgadas son hermosas, y que las mujeres no delgadas y no blancas son hermosas. Háganle saber que hay muchos individuos y muchas culturas que no encuentran atractiva esa estrecha definición de belleza que privilegia la blancura.

Como mencioné hace un momento, son varias las recomendaciones incluidas en este libro que hace Chimamanda Ngozi y que nos invitan a reflexionar no solo acerca de la educación que podemos brindarles a nuestros hijos sino –acaso igual de importante– cuál fue la educación que recibimos. ¿Hacia dónde nos ha conducido no solo como individuos sino como sociedad? ¿Cuáles son los reclamos, los preceptos y los postulados de los distintos feminismos? ¿Cómo podemos remediar una cadena de injusticias y no seguir negando lo evidente?: una sociedad que no considera el feminismo como un punto de partida está condenada a la violencia y a la impunidad.

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«Trabajos de mierda» de David Graeber

Esta vez quiero recomendarles el libro Trabajos de mierda del autor David Graeber. Publicado en 2018 por la editorial Ariel y traducido al español por Iván Barbeitos. El título es engañoso. Al leerlo uno piensa, con toda probabilidad, en su propio trabajo. Después en los empleos de algunos conocidos y, al final de un rápido recorrido mental de trabajos que consideramos de mierda, uno se reencuentra con el suyo y no lo ve tan mal. Luego viene otra pregunta: ¿de cuáles trabajos hablará el libro? Y es que el propio Graeber fue el catalizador de un grupo de personas cuyos trabajos tienen algo en común: no sirven para nada. Los trabajos de mierda, en la definición de Graeber son aquellos que podrían desaparecer y nadie los echaría de menos. Más aún: son trabajos absolutamente innecesarios incluso desde la perspectiva de quienes los realizan. Si piensas que con tu trabajo no colaboras al desarrollo de la sociedad, muy probablemente estás en el mismo caso de casi el 40% de las personas de clase media o clase alta de occidente. Es de sorprender que, en efecto, el 37% de los entrevistados por la agencia YouGov en Reino Unido respondieron que sus trabajos no benefician a la sociedad.

Uno de los primeros casos de este tipo de trabajos es el de un alemán que trabaja para el ejército; forma parte de la logística. Si un oficial X va a cambiarse de oficina, a la oficina del fondo del pasillo, por ejemplo, ese oficial debe llenar una solicitud. Una vez que esta ha sido debidamente llena e ingresada, puede proceder con su cambio de oficina. Hasta ahí todo suena como algo burocrático y enfadoso, pero poco más. Lo que hace este trabajo de mierda, en voz de quien lo realiza, es que él es quien se encarga de recibir la solicitud, después debe acudir a las oficinas en cuestión que están a 80 o 100 kilómetros de distancia, remover la computadora y demás neceseres de la oficina A a la oficina B y volver a la propia que está, como ya dije, a varios kilómetros de ahí.

Graeber decidió escribir este libro a partir del éxito rotundo e inesperado de un artículo con el mismo título y que fue publicado en la revista Strike!

En este artículo, Graeber esbozó el problema de los trabajos de mierda de un modo general, pero después de recibir múltiples correos electrónicos, mensajes y llamadas de personas que deseaban compartir sus experiencias en trabajos de este tipo, Graeber decidió analizar con mayor profundidad el asunto. Reflexiona sobre el papel que el trabajo, en términos generales, juega en nuestra vida cotidiana; sus implicaciones morales, por ejemplo. En uno de los mejores momentos del libro, Graeber rastrea de dónde proviene esta asociación del trabajo duro con una ética superior. La respuesta está vinculada, como era de esperarse, a la visión judeocristiana del trabajo como castigo de redención. Tiene su origen en una visión patriarcal de la sociedad, en donde los trabajos se dividen cada vez más en aquellos que se consideran importantes (los que hace el hombre) vs los que ni siquiera se consideran trabajos (i.e. los trabajos típicos que hace la mujer) de acuerdo con esta lógica.

Aquí pueden leer una entrevista en español a David Graeber acerca de este libro.

Graeber también se cuestiona por lo aparentemente extraño que resulta que quienes tienen trabajos donde no hay nada o muy poco qué hacer, y que además son bien remunerados, se sientan tan mal por tenerlos. Las implicaciones psicológicas de tener un trabajo que uno siente que no debería existir son más complejas de lo que pensamos. Que esta situación traiga más depresión que alegría es algo que sorprende hasta a los mismos dueños de dichos trabajos.

Otro ángulo revelador del análisis que hace Graeber es el reflexionar sobre lo extraño que es ser un empleado al que se le paga por tiempo y no por producción o resultados de su trabajo. Es decir, algo que a todos nos parece perfectamente normal: te pago tanto la hora o tanto por jornadas semanales o mensuales de tantas horas es, en realidad, una práctica muy reciente en la historia de la humanidad y está vinculada con la historia de la esclavitud. Hasta hace apenas un siglo o poco más se estableció esta idea de que alguien puede comprar nuestro tiempo y, en consecuencia, que el distraerse o descansar en horas de trabajo implique un robo para el contratista.

Quizás el único reparo que le pongo a este libro es el exceso de ejemplos que utiliza el autor para ilustrar un tipo específico de trabajo de mierda. Creo que con leer el primer ejemplo de cada capítulo es suficiente. Trabajos de mierda es un libro para pensar el sistema laboral que hemos creado y ofrece algunas ventanas hacia cómo podríamos mejorarlo.

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«El traidor» de Anabel Hernández

Por el rigor de su investigación, por las repercusiones a nivel nacional e internacional y por su valentía, el trabajo de Anabel Hernández es ejemplar dentro del periodismo. El traidor, su libro más reciente, publicado a finales del 2019 por la editorial Grijalbo, es un testimonio doloroso y urgente para comprender el contexto en el que vivimos. Soy Gerardo Piña y esta es la recomendación que tengo hoy para ustedes.

El narcotráfico, la trata de personas, la corrupción, la impunidad y las constantes violaciones a los derechos humanos son asuntos ampliamente extendidos en todo el mundo. Sin embargo, son varios los puntos dentro de esta dinámica de crímenes y violencia que cruzan por México. El cártel de Sinaloa es una organización criminal con presencia en prácticamente 70 países. En México no solo se producen drogas ilegales; también se importan, se exportan y se almacenan. El traidor es un libro que está compuesto por varios documentos. En un nivel leemos fragmentos del diario de Vicente Zambada Niebla, alias “El Vicentillo”, uno de los hijos de Ismael, el Mayo Zambada, a quien a los 16 años intentaron matar y, desde entonces, en palabras de Anabel Hernández, se volvió “un fugitivo de los enemigos de su padre”. Con todo, el Vicentillo no es el narcotraficante que podríamos imaginar. Ni siquiera muestra el talante de la mayoría de los criminales en este rubro, cuyos perfiles hemos podido conocer, aunque solo sea parcialmente, por otras investigaciones. Esto quizás se deba a que Vicente Zambada no tuvo un padre como la mayoría de los narcotraficantes.

Lo primero que hizo el Mayo con las ganancias que obtuvo del narcotráfico fue dedicarse legalmente a la agricultura y ganadería. Era un hombre de visión, y en realidad le gustaba vivir el campo, pero no como peón. Cuando iniciaba una empresa, al igual que la del narcotráfico, debía ser a gran escala. No despilfarró todo en mujeres ni lujos, planeó todo de modo tal que su dinero sucio financiara un negocio legal. Así lavaba el dinero y lo movía con más facilidad. Con diversos nombres falsos, el Mayo siempre se presentaba como ganadero. Lo era.

Vicente Zambada decidió colaborar con la DEA para dar información sobre los tejes y manejes del mundo de la droga en México en un intento por reconstruir su propia vida lejos de ese mundo criminal. Técnicamente no es un testigo protegido, pues enfrenta algunas acusaciones en Estados Unidos, pero su participación en varios de los recientes procesos de detención y encarcelamiento de narcotraficantes, ha sido similar a la de un testigo protegido.

El Cártel de Sinaloa contribuyó con millones de dólares a la campaña de Fox y del PRI [Francisco Labastida Ochoa], así, ganara quien ganara, estábamos bien”, le dijo el Mayo a Gaxiola respecto a las elecciones históricas que se llevaron a cabo en México en julio del año 2000, en las cuales por primera vez un candidato diferente al partido oficial logró ganar la presidencia. El hartazgo popular de la “dictadura perfecta” del PRI le abrió la puerta al rústico Vicente Fox, cuyas finanzas personales estaban en la ruina cuando inició su gobierno en diciembre del 2000. Según su propia declaración patrimonial, sólo tenía 10 mil pesos en el banco, ése era todo su patrimonio. Después de la fuga de Guzmán Loera de Puente Grande en enero de 2001, las finanzas de Fox, las de sus empresas familiares y sus hermanos cambiaron drásticamente. Pasaron de la bancarrota a la abundancia. Personalmente investigué su evolución patrimonial, y, por decir lo menos, resultaba inexplicable. Los mismos milagrosos cambios ocurrieron con la economía de su vocera, la señora Marta Sahagún, con quien se esposó en segundas nupcias iniciado el gobierno, y con las de dos de sus tres hijos: Manuel y Jorge Alberto Bribiesca Sahagún.

Como vemos, los enormes problemas derivados del narcotráfico no son recientes. Un pueblo harto de las siete décadas de gobierno de un partido corrupto votó por un candidato igual de inepto y corrupto, pero con la bandera de otro partido. Para el año 2000, a pesar del enorme poder de los cárteles de la droga, todavía era posible establecer estrategias que impidieran una escalada como la que hemos vivido. Sin embargo, la colusión de los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto con estos grupos criminales produjo el infierno en el que vivimos hoy en México. Y es que es difícil pensar en un negocio más lucrativo que el tráfico de drogas.

El Cártel de Sinaloa compra la cocaína en Colombia a 3 mil dólares por kilo. En México, en Culiacán, el mismo kilo se vende en 13 mil dólares. Ese precio incluye 6 mil dólares del costo de la materia prima, es decir, la cocaína, y los costos de transportación, que a la vez incluyen el pago de sobornos para que la droga haya llegado de Colombia a Culiacán. Eso significa que si el Mayo vende ahí la cocaína, su ganancia es de 7 mil dólares por kilo; 7 millones de dólares por tonelada. Por supuesto, si hace esa venta, su riesgo termina ahí. En cambio, en Los Ángeles, el precio de venta del kilo de cocaína es de 20 mil dólares, de los cuales 4 mil dólares son de costos de transportación, que incluyen el pago de sobornos para hacer que la mercancía llegue. Los costos de materia prima y transporte son de 7 mil dólares por kilo, eso significa una ganancia directa de 13 mil dólares por kilo, 13 millones de dólares por tonelada. Sí, casi el doble de lo que gana quien lo vende en Culiacán. Si el mismo kilo de cocaína llega a Chicago, el precio es de 25 mil dólares, 9 mil de materia prima y gastos de transportación. Eso significa una ganancia de 16 mil dólares por kilo, 16 millones de dólares por tonelada. En Nueva York el precio de venta del kilo de cocaína es de 35 mil dólares. Los costos son los mismos 9 mil dólares que en Los Ángeles, de modo que la ganancia es de 26 mil dólares por kilo, 26 millones de dólares por tonelada. Rey explicó que el precio es más elevado en Nueva York “porque es más difícil de vender, la policía es muy activa, así que es muy complicado completar la operación cien por ciento”.

Estas cantidades de dinero se explican por las “dificultades” (lo digo entre comillas) por las que atraviesan quienes transportan y venden la droga. Sin embargo, sabemos que en México más que dificultades este negocio ha florecido gracias a la colusión de distintos niveles del gobierno, así como la impunidad de los delincuentes. Cito de nuevo a Anabel Hernández:

Gaxiola afirmó que ni al Mayo ni a su familia les han asegurado ninguna propiedad […] Pero saber esto con certeza es uno de los secretos que mejor deben guardarse, incluso en el gobierno del presidente de izquierda Andrés Manuel López Obrador. Solicité la información de bienes muebles e inmuebles asegurados a Ismael Zambada García y a su hijo Vicente Zambada Niebla […] y La Fiscalía General de la República que preside Alejandro Gertz Manero se negó a dar la información porque hacerla pública puede causar una “alteración profunda que sufre una persona en sus sentimientos, afectos o creencias, decoro, honor, reputación”. [Continúa Anabel Hernández] La Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada clasificó como “confidencial” el pronunciamiento de la existencia o no existencia de aseguramientos de bienes en contra de las personas solicitadas. Y el Instituto Nacional de Transparencia les dio la razón. Tal vez el motivo de no abrir la información sea otro. Los mismos argumentos se habían dado antes para negar la información de los bienes muebles e inmuebles asegurados al Chapo y su familia. Al final, cuando en ese caso el instituto sí obligó a la Procuraduría a entregar la información, respondieron que en los últimos 18 años (2001-2019) lo único que le habían asegurado al segundo del Mayo, que según el gobierno americano acumuló 14 mil millones de dólares en 20 años de traficar estupefacientes, fueron tres relojes, un inmueble, cinco armas de fuego, 171 cartuchos, cinco cargadores, un equipo de cómputo y tres celulares.

Ante esto, no queda mucha esperanza de un cambio significativo en México en términos de la corrupción, la violencia y la impunidad rampantes. Sin embargo, gracias a libros como El traidor de Anabel Hernández, podemos comprender mejor cómo hemos llegado a la situación en que vivimos ahora y qué debemos hacer para dejar de permitirlo. Es una labor que nos compete a todos, sin duda, pero cuya mayor responsabilidad (y por mucho) recae en quienes deben hacer valer un Estado de derecho. Cierro esta recomendación con un último fragmento del libro de Anabel Hernández:

Lo verdaderamente sustantivo es si el presidente está dispuesto a usar la fuerza del Estado para romper las décadas de complicidad entre el Cártel de Sinaloa y las instituciones de gobierno, que es lo que hace fuertes a los criminales. Para lograrlo, en primer lugar, debe arrestar a los funcionarios y políticos corruptos que han estado y están en la nómina del Cártel de Sinaloa, que han asistido durante años a las fiestas de sus capos como si fueran de su propia familia, incluyendo algunos que en la actualidad forman parte de Morena, el partido político del presidente. Debe confiscar las empresas ligadas directamente al Mayo Zambada y al Chapo, boletinadas por el gobierno de Estados Unidos desde hace más de una década, que siguen funcionando como empresas fachada para traficar droga o para lavar dinero. El poder económico es lo que permite al cártel pagar los sobornos a los servidores públicos, comprar armas, balas y pagar los salarios de los sicarios que durante más de ocho horas aterrorizaron a la población en Culiacán. Pero el Cártel de Sinaloa y el Mayo Zambada no son invencibles, no son más listos, no son más fuertes, es sólo que cuentan con la protección de una parte del Estado y juegan con los dados cargados a su favor.

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«Historia mínima del Neoliberalismo» de Fernando Escalante

Hoy quiero recomendarles la lectura del libro Historia mínima del neoliberalismo, escrito por Fernando Escalante y publicado por El Colegio de México en 2015; tanto la edición impresa como la digital se pueden encontrar muy fácilmente. El trabajo de Escalante es de gran relevancia para conocer no solo cómo fue que llegamos al modelo económico que rige hoy prácticamente todo el planeta, sino para comprender las implicaciones que tiene. El neoliberalismo es mucho más que un modelo económico: es una ideología, una cultura y una forma de pensar el mundo.

De acuerdo con Escalante, el neoliberalismo nació en París entre el 26 y el 30 de agosto de 1938, cuando se llevó a cabo una conferencia convocada por Louis Rougier con motivo de la traducción al francés del libro The Good Society (La sociedad buena) de Walter Lippmann. “Los neoliberales se identifican por una nueva manera de entender la relación entre mercado y Estado, entre política y economía”, dice Escalante.

“En primer lugar, afirman que el Estado tiene que generar las condiciones para la existencia y el buen funcionamiento del mercado, es decir, que no hace falta reducirlo, o eliminarlo, sino darle otra orientación. En segundo lugar, a diferencia de los liberales clásicos, dan prioridad a la libertad económica sobre la libertad política, ven en la impersonalidad del mercado, donde cada quien decide por su cuenta, la mejor garantía de la libertad y el bienestar”.

En los primeros capítulos del libro, Escalante da cuenta de la obra de Ludwig von Mises, que sentó las bases del neoliberalismo de mediados del siglo veinte, y también del famoso libro Camino de servidumbre de Friedrich Hayek, publicado en 1944 y cuyas ideas serían centrales en la difusión del neoliberalismo a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte y lo que va del veinituno. “El argumento se puede resumir en una frase”, dice Escalante, “todo movimiento hacia el socialismo, o hacia la planificación de la economía, tan moderado como se quiera, amenaza con llevar finalmente al totalitarismo”. Es decir, se subraya el mercado como una manera de coordinar la conducta de las personas; según el neoliberalismo, la competencia en el mercado y el mínimo de interferencia del Estado en dicha competencia, lleva a los consumidores a expresarse de una manera democrática. “El mercado es la expresión de nuestra conducta en libertad” afirman los neoliberales. Nada más falso, por supuesto.

A la difusión del neoliberalismo como ideología han contribuido un gran número de economistas (varios ganadores del premio Nobel, por cierto) y de así llamados “intelectuales”, que sirven a las élites y que han buscado influir en el electorado desde hace décadas. “Se trataba de ponerle delante a la gente las ideas correctas”, dice Escalante con ironía. “Para eso era necesario, según la expresión de George Stigler, capturar la imaginación de las élites decisivas, mediante la elaboración de doctrinas, argumentos, programas políticos y económicos en que esas élites pudiesen ver representado su propio interés. A continuación había que dirigirse a quienes forman la opinión, a los que Hayek llamaba, con una fórmula memorable, los ‘vendedores de ideas de segunda mano’, es decir, intelectuales, periodistas, locutores, maestros de escuela, escritores, agitadores, líderes políticos”.

Escalante nos recuerda, como ya les había adelantado, que “el neoliberalismo no es sólo un programa económico, sino una visión completa del mundo, una idea de la naturaleza humana, del orden social, una idea de la justicia”. Sin embargo, como el propio Escalante afirma algunas páginas más adelante, “Ningún mercado se autorregula. Ni produce sus propias reglas ni puede garantizar que se cumplan, ni existe por su cuenta como mercado. Todos están inmersos en la sociedad, son hechos sociales, regulados no sólo por leyes, sino por varias clases de normas, formales e informales; para decirlo en una frase, siempre hay una economía moral, un conjunto de reglas, con frecuencia implícitas, que establecen cómo deben comportarse los actores en el mercado”. Esto es relevante para comprender por qué, a pesar de los enormes esfuerzos por tratar de convencernos de que la economía es una ciencia, en realidad se trata de un adoctrinamiento. Los modelos matemáticos en que se basan los economistas neoliberales para “demostrar” el comportamiento del mercado dependen de un gran número de variables que son imposibles de replicar en la realidad. Por ejemplo, para que sus modelos funcionen, todos los participantes de la economía tendrían que comportarse como según ellos deberíamos hacerlo: buscando siempre la máxima ganancia posible sin dejar que las emociones jueguen un papel en cada transacción económica que realizamos.

Otro rasgo que quiero destacar de esta Historia mínima del neoliberalismo es la exploración que hace Fernando Escalante del papel que ha jugado la izquierda en la construcción de dicho modelo económico e ideológico. Nada más fácil que asumir que la izquierda ha sido esencialmente combativa de este modelo. Sin embargo, la Historia de la economía nos muestra algo distinto y más complejo. Escalante hace una crítica aguda sobre el papel de la izquierda desde la década de los años sesenta hasta la fecha (en particular de la izquierda radical) y muestra que mucho de sus acciones y supuestos ideológicos, de hecho se parecen mucho al neoliberalismo. Escalante analiza primero el anarquismo de Paul Goodman y otros influyentes ideólogos de esa década en Estados Unidos y otros países, y después, la obra de Iván Illich, entre otros pensadores más radicales. “Es un nuevo tipo de radicalismo”, dice Escalante, “enemigo de todas las instituciones, de todas las formas de organización y de regulación y disciplina de la vida cotidiana […] el Estado resulta ser la cara más visible, la primera, y por lo tanto la más fácil de criticar. Y por eso tiene Iván Illich en la mira a las instituciones públicas. En las sociedades modernas, dice, la salud, la educación, la creatividad, se confunden con la actividad de las instituciones que dicen servir a esos fines. Y por eso resulta que no hay verdadera educación, ni hay verdadera salud, ni creatividad […] A veces da la impresión de estar leyendo a Hayek. Es el mismo impulso: iconoclasta, liberal, individualista, que en Iván Illich tiene tonalidades de rebeldía izquierdista, y en Hayek es inequívocamente conservador. La coincidencia es indudable, y fundamental”, dice Escalante.

Historia mínima del neoliberalismo es además de un buen documento historiográfico, un estudio riguroso y crítico de nuestro tiempo.

           

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«Vigilancia permanente» de Edward Snowden

Edward Snowden es un exagente de la CIA que hoy se encuentra asilado en Rusia tras haber revelado información sustancial sobre el sistema de vigilancia de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. La traducción al español de este libro fue hecha por Esther Cruz y publicada por la editorial Planeta en Barcelona. Vigilancia permanente es, a mi juicio, un libro de lectura obligada porque da cuenta de lo que hizo Edward Snowden, sus motivos para hacerlo y la manera en que todo eso nos afecta. Créanlo o no, las consecuencias de sus actos han sido determinantes para la manera en que nos relacionamos todas las personas que utilizamos Internet en nuestra vida cotidiana.

            Al comienzo del libro, Snowden reflexiona sobre los motivos que lo llevaron a hacer pública una información que era considerada un secreto de Estado. Intentó buscar la manera de manifestar sus preocupaciones sobre el mal uso que se le estaba dando a la información que el gobierno de Estados Unidos recolectaba sin el conocimiento de los ciudadanos, pues el gobierno de ese país se ha dedicado desde hace años a espiar a sus ciudadanos, recolectar información y, llegado el momento, utilizar esta misma información en su contra. Todo eso es ilegal, pues para poder espiar a una persona se requiere de una orden emitida por un juez, quien a su vez debe convencerse de que hay un motivo más que fundamentado para ello.

            Pero Snowden no tenía cómo hablar del asunto hacerlo sin que eso significara que lo apresaran de inmediato. “¿A quién podía recurrir?”, se preguntaba Snowden. “¿Con quién podía hablar? Aunque fuera para comentar la verdad en voz baja, incluso con algún abogado o un juez o un miembro del Congreso era imposible, pues el tema se había convertido en un delito tan grave que solo una descripción básica de los hechos podría haber significado una condena de por vida en una prisión federal”, dice Edward Snowden. Y es que él conocía muy bien cómo opera el sistema de justicia de su país porque trabajó para él por varios años. No solo eso: durante mucho tiempo, Snowden estuvo convencido de las justificaciones de que se ha valido el gobierno norteamericano para cometer todo tipo de atropellos (la cárcel de Guantánamo, el bloqueo económico a Cuba, invasiones como las de Irak o Afganistán, solo por mencionar algunas). Sin embargo –y he aquí una de las peculiaridades de Snowden que conviene subrayar– siempre tuvo un alto nivel de autocrítica.

“El 12 de septiembre fue el primer día de una nueva era”, dice Snowden, “fue el primer día de una nueva era que Estados Unidos enfrentó con una resolución unificada, fortalecida por un sentido revivido de patriotismo y la buena voluntad y compasión del mundo. Ahora que lo pienso, mi país podría haber hecho mucho con esta oportunidad. Podría haber tratado el terrorismo no como el fenómeno teológico que pretendía ser, sino como el crimen que era. Podría haber utilizado este extraño momento de solidaridad para reforzar los valores democráticos y cultivar la resiliencia en un público global ahora conectado, pero en lugar de eso inició una guerra”. Y páginas más adelante, Snowden añade:

“El terrorismo, por supuesto, fue la razón por la cual se implementó la mayoría de los programas de vigilancia de mi país, en un momento de gran temor y oportunismo. Pero resultó que el miedo era el verdadero terrorismo, perpetrado por un sistema político que estaba cada vez más dispuesto a usar prácticamente cualquier justificación para autorizar el uso de la fuerza. Los políticos estadounidenses no tenían tanto miedo al terror como a parecer débiles, o ser desleales a su partido, o a sus donantes de campañas, que tenían un gran apetito por los contratos gubernamentales y los productos derivados del petróleo de Medio Oriente. La política del terror se volvió más poderosa que el terror en sí mismo, lo que resultó en un ‘contraterrorismo’: las acciones de pánico de un país incomparable en capacidad, sin restricciones políticas y descaradamente preocupado por defender el estado de derecho. Después del 11 de septiembre, las órdenes de la Comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos habían sido: ‘nunca más’, una misión que nunca podría cumplirse”.

            ¿Cuántos de nosotros hemos podido cambiar de opinión en asuntos realmente importantes a través de reflexiones provocadas por la lectura, el diálogo o la observación detenida de ciertos fenómenos? Y es que cultivar y mantener un sentido de autocrítica no es algo sencillo. Como el propio Snowden afirma: “Aprendemos a hablar imitando el discurso de los adultos que nos rodean, y en el proceso de ese aprendizaje, también acabamos por imitar sus opiniones, hasta que nos engañamos a nosotros mismos al pensar que las palabras que estamos usando son nuestras”.

            Vigilancia permanente es un libro audaz, inteligente y con una variedad de registros que ya quisiera lograr más de un novelista premiado. En el libro hay momentos de enorme suspenso y de empatía con el lector. Y en el centro de la narración está la ética (tácita o implícitamente); en particular la ética vinculada a nuestro derecho a la privacidad. Al respecto, Snowden hace una observación pertinente: “‘Privacidad’ significa algo distinto para todos”, afirma. “Debido a esta falta de definición común, los ciudadanos de democracias pluralistas y tecnológicamente sofisticadas sienten que tienen que justificar su deseo de tener privacidad y enmarcarlo como un derecho. Pero los ciudadanos de las democracias no tienen que justificar ese deseo; el Estado, en cambio, debe justificar su violación. Si uno se niega a reclamar su privacidad, la está cediendo, ya sea a un Estado que transgrede sus restricciones constitucionales o a un negocio ‘privado’”.

            Uno de los momentos clave del libro es cuando Snowden, a través del programa de espionaje cibernético que él mismo ha contribuido a construir, observa a un hombre con su bebé. Esto le hace recordar a su propio padre y su relación con él; es un momento que despierta la empatía con el lector. Leo un fragmento de esa escena: “[El hombre] estaba sentado frente a su computadora, como yo estaba sentado frente a la mía. Excepto que en su regazo tenía un niño pequeño, un niño con pañal. El padre intentaba leer algo, pero el niño seguía moviéndose, golpeando las teclas y riéndose. El micrófono interno de la computadora captó su risa y allí estaba yo, escuchándolo en mis audífonos. El padre abrazó al niño con más fuerza, y el niño se enderezó y miró directamente a la cámara de la computadora con sus ojos negros cada vez más grandes. No podía escaparme de la sensación que me provocaba su mirada directa. De repente me di cuenta de que había estado conteniendo el aliento. Cerré la sesión, me levanté de la computadora y salí de la oficina para ir al baño en el pasillo, con la cabeza baja y los audífonos aún con el cable conectado. Ese niño y su padre me recordaron a mí y a mi propio padre, con quien me quedé de ver para cenar una noche durante mi estadía en Fort Meade. No lo había visto en mucho tiempo, pero allí, durante la cena, entre bocados de ensalada César y una limonada pensé: nunca volveré a ver a mi familia. Tenía los ojos secos, me controlé lo más que pude, pero por dentro estaba devastado. Sabía que si le contaba a mi padre lo que estaba a punto de hacer, llamaría a la policía. O de lo contrario me habría tachado de loco y me habría enviado a un hospital psiquiátrico. Él habría hecho cualquier cosa que pensara que tenía que hacer para evitar que cometiera un error tan grave. Solo me quedaba esperar que con el tiempo, su dolor se atenuara al sentirse orgulloso de mí”.

            Hacia el final del libro, mientras Snowden da cuenta de todo lo que tuvo que hacer para contactar a los periodistas a quienes les entregaría la información que había copiado de las bases de datos de la CIA, le cede la voz a Lindsey Mills, su novia, quien fue acosada por la CIA para tratar de extraerle información sobre el paradero de Snowden una vez que supieron que este había huido (información que ella ignoraba). Mills transcribe algunos fragmentos de su diario y nos comparte su perspectiva de esta historia. Su participación le confiere al libro un carácter todavía más íntimo y nos ayuda a comprender mejor la dimensión de los actos de Snowden, así como de sus motivaciones.

             “¿Quién de nosotros puede predecir el futuro?”, se pregunta Edward Snowden. “¿Quién se atrevería? La respuesta a la primera pregunta es nadie, en realidad, y la respuesta a la segunda es todos, especialmente todos los gobiernos y empresas del planeta. Para eso utilizan nuestros datos. Los algoritmos analizan en busca de patrones de comportamiento establecidos para extrapolar los comportamientos por venir, un tipo de profecía digital que es tan solo un poco más precisa que los métodos analógicos como la lectura de la palma de la mano. Una vez que profundiza en los mecanismos técnicos reales por los que se calcula la previsibilidad, se llega a comprender que su ciencia es, de hecho, anticientífica […] La previsibilidad es en realidad manipulación. Un sitio web que te dice que porque te gustó este libro también te pueden gustar los libros de James Clapper o Michael Hayden no ofrece una conjetura informada sino un mecanismo de coerción sutil”.

            Snowden nos recuerda algo tan obvio que a menudo pasamos por alto: el futuro depende de nuestras acciones presentes. No es inevitable. La autocrítica, la valentía y una dosis de sacrificio son necesarias para hacer frente a un Estado y a un grupo de empresas que se empeñan en manipularnos para ejercer todo el control posible sobre nuestras decisiones; que se empeñan en hacernos dependientes de sus productos. Está en nosotros no permitirlo.

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