Reseña del libro Milkman (2019) de Anna Burns. Traducido al español por Maia Figueroa Evans, editorial Alianza[1].
Milkman podría no haber ganado el premio Booker en 2018 y eso no afectaría en nada su importancia y su enorme riqueza. Se trata de una novela en la que su autora se ha puesto varios retos y los ha conquistado todos. Algunos son de tipo formal, como veremos, y otros son más personales. Con esta novela Burns ha querido contar una parte de su historia y, al mismo tiempo, una parte de la historia de muchas personas que lamentablemente podrían identificarse con ella. Anna Burns creció en Belfast durante una época conocida como The Troubles, los problemas, un eufemismo para nombrar casi treinta años de violencia rampante, bombas, terrorismo, y todas las atrocidades propias de un estado totalitario y una guerrilla de la que no se salvaron ni los perros.
Con todo, Burns no ha querido nombrar de manera directa su ciudad, Belfast, ni tampoco les ha dado nombre a sus personajes. Este es uno de los retos formales a los que me referí un poco antes. Y el resultado es magnífico. Nunca es un problema en la lectura identificar a quién se refiere la narradora; por el contrario, los sobrenombres que utiliza son de una gran precisión. Y es un gran hallazgo este recurso, porque los nombres, en el contexto de la historia de la protagonista y por extensión de la autora, tenían mucho peso. A alguien se le podía acusar de traidor si nombraba a su hija o hijo con algún nombre prohibido; es decir, algún nombre que “perteneciera” a personas de la religión contraria o a aquel país que estaba del otro lado del mar. Existían listas al respecto, como apunta la narradora anónima de la novela:
Los nombres prohibidos eran: Nigel, Jason, Jasper, Lance, Percival, Wilbur, Wilfred, Peregrine, Norman, Alf, Reginald, Cedric, Ernest, George, Harvey, Arnold, Wilberine, Tristram, Clive, Eustace, Auberon, Felix, Peverill, Winston, Godfrey, Héctor, junto con Hubert, un primo de Héctor, tampoco están permitidos. Tampoco lo estaban Lambert o Lawrence o Howard o los otros Laurence o Lionel o Randolph porque Randolph era como Cyril que era como Lamont que era como Meredith, Harold, Algernon y Beverley. Myles tampoco estaba permitido. Tampoco Evelyn, Ivor, Mortimer, Keith, Rodney, Roger, Earl of Rupert, Willard, Simon, Sir Mary, Zebedee o Quentin, aunque quizás ahora Quentin, debido a que el cineasta se desempeñaba bien en Estados Unidos en esa época. O Albert. O Troya. O Barclay. O Eric. O Marcus. O Sefton. O Marmaduke. O Greville. O Edgar porque todos esos nombres no estaban permitidos. Clifford era otro nombre no permitido. Lesley tampoco lo estaba. Peverill estaba prohibido dos veces (23-4).
Decía que de la violencia de esta época no se salvaron ni los perros, porque, en efecto, la protagonista narra una matanza de perros ocurrida a manos del ejército en un acto que buscaba intimidar a la población. La narradora describe esta matanza y se concentra al final en un perro en particular; uno que se había mostrado cariñoso con los militares. Esto en un intento de comprender cómo la violencia se había adueñado de todo.
Lo supe inmediatamente, ¡Dios mío! ¡Era verdad! ¡Por eso lo mataron! ¡Lo mataron porque el perro fue cariñoso con ellos! […] Lo mataron porque […] no podían soportar ser queridos, no podían soportar la inocencia, la franqueza, la apertura, la indefensión y un afecto y una pureza tales; era tanto cariño que había que acabar con el perro y sus cualidades. No podían soportarlo. Tenían que matarlo. Probablemente ellos mismos habrían visto esto como defensa propia. Y ese era el problema con la gente luminosa. Tomemos un grupo de individuos que no eran luminosos, tal vez una comunidad entera, una nación entera, o tal vez sólo una estatua inmersa a largo plazo en los planos físico y energético en las energías mentales oscuras; condicionados también, a través de años de sufrimiento personal y comunitario, historia personal y comunitaria, a estar sobrecargados con la pesadez y la tristeza y el miedo y la ira – bueno, estas personas no podían, ni por asomo, estar abiertas a cualquier señal luminosa de una persona que entrara en su entorno y brillara sobre ellos así como así. En cuanto al medio ambiente, eso también se opondría, respaldando el pesimismo de su gente, que fue lo que ocurrió donde yo vivía, donde todo el lugar parecía estar siempre en la oscuridad. Era como si las luces eléctricas estuvieran apagadas, siempre apagadas, aunque el atardecer ya había pasado, así que deberían haber estado encendidas, pero nadie las encendía y nadie se daba cuenta tampoco, no estaban encendidas. Todo esto también parecía normal, lo que significaba que parte de la normalidad aquí era esta constante y no reconocida lucha por ver. Sabía incluso de niña – tal vez porque era una niña – que esto no era realmente físico; sabía que la impresión de un paño mortuorio, de alguna cualidad distorsionada de la luz tenía que ver con los problemas políticos, con las heridas que habían llegado, los problemas que se habían construido, con la pérdida de la esperanza y la ausencia de confianza y con una incapacitación mental sobre la que nadie parecía estar preparado o ser capaz de prevalecer. El propio entorno físico de entonces, en connivencia con, o como resultado de, la oscuridad humana que se descargaba en él, no fomentaba por sí mismo la luz. En lugar de ello, el lugar estaba hundido en una larga y melancólica historia, hasta el punto en que la persona verdaderamente luminosa que llegaba a esta oscuridad corría el riesgo de no sobrevivir en ella, de tener su propio brillo sumergido en ella y, en algunos casos – si la persona era vista como intolerablemente extra-brillante y extra-luminosa – podría incluso llegar al punto de que ese individuo tuviera que perder su vida física. En cuanto a los que vivían en la oscuridad, que durante mucho tiempo estuvieron en sintonía con la certeza de la oscuridad, esto tampoco era cualquier cosa para ellos. ¿Qué pasa si aceptamos estos puntos de luz, su translucidez, su brillo; qué pasa si nos permitimos disfrutar de esto, dejamos de temerlo, nos acostumbramos a eso; qué pasa si llegamos a creer en eso, a esperarlo, a impresionarnos por eso; qué pasa si tomamos la esperanza y renunciamos a nuestra antigua herencia y en su lugar, e infundidos, comenzamos a arrastrarnos con ella, con nosotros mismos para luego irradiarla; qué pasa si hacemos eso, nos educamos hasta ese punto, y luego, así como así, la luz se apaga o es arrebatada? Por eso no había mucha gente luminosa en lugares abrumadores y consistentes con el miedo y la pena (89-90).
Pero como buena novela, en Milkman hay varios registros. Otro reto formal de Anna Burns que resuelve magníficamente es el uso del flujo de conciencia como discurso narrativo. Es complejo lograr matices y un lenguaje polifónico al emplear una técnica como el flujo de conciencia, pero ella lo logra y a ratos lo hace entrañable. La narradora tiene varios hermanos y hermanas, como la gran mayoría de los personajes de la época. Ella, es la hermana del medio, y después siguen tres pequeñas hermanas superdotadas, que a pesar de su edad leen y estudian temas de enorme complejidad. Sin embargo, no dejan de ser niñas. Aquí un ejemplo de una manera en que la narradora le presenta al lector algo del carácter de estas niñas quienes siempre interactúan al unísono.
«Haces preguntas un tanto peculiares, hija», me respondió mamá. «No tan peculiares como las que hacen las hermanitas», dije, «y las respondes como si fueran preguntas normales», por ejemplo, las del desayuno. «Mami», dijeron, «si una mujer fuera excesivamente deportista y esta cosa llamada menstruación se detuviera dentro de ti porque fueras excesivamente deportista» – las hermanas pequeñas habían descubierto recientemente la menstruación en un libro, pero aún no a través de la experiencia personal – «entonces dejaras de ser excesivamente deportista y si tu menstruación regresara, significaría que tendrías tiempo extra de menstruación para compensar la brecha de no haberla tenido cuando deberías haberla tenido sólo que no podías porque tu deportividad estaba bloqueando la producción de tu hormona estimulante de folículos, también bloqueando la hormona luteinizante para que no instruya al estrógeno a estimular el revestimiento del útero en espera de que el óvulo sea fecundado, con la consiguiente insuficiencia de hormonas y estrógenos que impiden la liberación del óvulo a ser fecundado o – en caso de que el óvulo sea liberado pero no fecundado – a la degeneración del cuerpo lúteo y la descamación del endometrio o, Mami, ¿tu menstruación se detendría en el momento en que fue programada biológicamente para detenerse sin importar los meses o años de deportividad excesiva cuando tu menstruación no había llegado? ’ Ma me dijo que sí, que trataba las preguntas de las hermanitas como si fueran preguntas normales, pero que las hermanitas eran las hermanitas – incluso sus profesores lo decían – lo que significa que siempre debían ser extrañas en sus preguntas y en la adquisición de conocimientos, mientras que yo, dijo, al ser de una cerebración diferente a las hermanitas, esperaba que yo ya hubiera crecido y dejado todo eso atrás (83-4).
Aunque la mayor parte de la novela se centra en los hechos que le ocurren a la protagonista en un lapso de pocas semanas, cuando ella tiene poco más de dieciocho años de edad y está siendo acosada por un paramilitar al que apodan Milkman, hay reflexiones sobre la manera en que ella y otros niños de su comunidad habían crecido. Los acosadores o abusadores sexuales de niñas estaban muchas veces, como suele ocurrir, dentro de las propias familias. Esto no impide que la autora logre una mezcla de humor y denuncia al mismo tiempo obteniendo así un logro más en la narrativa. Aquí un fragmento del momento en que la narradora cuenta cómo entre ella y una de sus hermanas mayores intentan prevenir a las hermanitas sobre cualquier acercamiento indebido que pueda tener uno de los cuñados de ellas, el “primer cuñado”.
Se trataba del campo sexual; ese hombre no sabía cómo participar en ningún otro campo. Por eso la tercera hermana y yo habíamos intentado hablar con las niñas. Las hermanitas, sin embargo, dijeron que no necesitaban que les advirtiéramos de algo febril, impulsivo y codicioso sobre el primer cuñado. Dijeron que él tenía una neurosis compulsiva enfermiza y que era muy evidente para todos. «Sólo que, ¿a nosotras qué nos importa?», añadieron. «¿Por qué vienes a nosotros, diciéndonos esto, advirtiéndonos de nuestro primer cuñado?» «Si intenta algo,» dijo la tercera hermana. ¿Intentar qué?’, dijeron. «Aunque les hable de forma aparentemente inocente sobre el tema, digamos, de la Revolución Francesa…» «¿Qué aspecto de la Revolución Francesa?» «Cualquier aspecto», dijo la tercera hermana. «O», continuó ella, «si él trata de tener una discusión sobre esa teoría científica marginada que ustedes tres tienen, la de la multi-turbulencia hidrotermal»… «Estás haciendo un esbozo incorrecto de eso, tercera hermana», dijeron las hermanitas. «Lo que la tercera hermana quiere decir», interrumpí, «es que si él se une a la desaprobación de Demóstenes de Alcibíades, o si aparece de pronto y trata de exponer la tesis de que Francis Bacon era en realidad William Shakespeare, lo que ella quiere decir…» «¡Nosotras sabemos lo que significa exponer estas tesis!”, contestaron las hermanitas. «Lo que la hermana de en medio está diciendo», dijo la tercera hermana, «es que si él se mete en una exposición sumaria sobre la firma de Guy Fawkes antes de ser torturado y la firma de la confesión de Guy Fawkes después de ser torturado, eso significa que…» «¡Sabemos lo que significa una exposición sumaria!”, replicaron ellas. Miren, hermanitas, el punto es, dije, si él trata de atraerlas con el pretexto de algo – ciencia, arte, literatura, lingüística, antropología social, matemáticas, política, química, el tracto intestinal, eufemismos inusuales, contabilidad de doble entrada, las tres divisiones de la psique, el alfabeto hebreo, el nihilismo ruso, el ganado asiático, la porcelana china del siglo XII, la unidad japonesa – «No entendemos», gritaron las hermanitas. «¿Qué hay de malo en hablar de esas cosas?» «Lo malo es que no se dejen engañar», dijo la tercera hermana. «Nada de eso será el asunto, no será lo que él realmente busca”. Pero, ¿cuál es el asunto entonces? ¿Qué es lo que realmente busca? ¿Qué es lo que quieren decir ustedes dos?”, dijeron las hermanitas. Pudimos ver, la tercera hermana y yo, que lejos de tranquilizar y proteger a las niñas, las habíamos alarmado y asustado. La tercera hermana dijo entonces: «Será algo abusivo, sexualmente invasivo, una cosa violenta y espeluznante, siempre algo verbal, pero pensándolo bien, no importa. Ustedes tres son demasiado jóvenes para saber de eso todavía» (211-2).
En suma, Milkman de Anna Burns es una novela en la que confluyen una visión femenina, íntima, con la visión de toda una comunidad durante una época violenta (los llamados Troubles en Irlanda del Norte que comenzaron a fines de los años sesenta y terminaron casi treinta años después). Al mismo tiempo es una novela de formación, una historia en la que a pesar de las dificultades hay siempre tiempo para la ternura, el buen humor, la sexualidad, la imaginación y la destreza narrativa.
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[1] La edición consultada para esta reseña es: Anna Burns (2019). Milkman. Faber & Faber. Libro electrónico. Las citas son traducciones propias.