«Milkman» de Anna Burns

Reseña del libro Milkman (2019) de Anna Burns. Traducido al español por Maia Figueroa Evans, editorial Alianza[1].

Milkman podría no haber ganado el premio Booker en 2018 y eso no afectaría en nada su importancia y su enorme riqueza. Se trata de una novela en la que su autora se ha puesto varios retos y los ha conquistado todos. Algunos son de tipo formal, como veremos, y otros son más personales. Con esta novela Burns ha querido contar una parte de su historia y, al mismo tiempo, una parte de la historia de muchas personas que lamentablemente podrían identificarse con ella. Anna Burns creció en Belfast durante una época conocida como The Troubles, los problemas, un eufemismo para nombrar casi treinta años de violencia rampante, bombas, terrorismo, y todas las atrocidades propias de un estado totalitario y una guerrilla de la que no se salvaron ni los perros.

Con todo, Burns no ha querido nombrar de manera directa su ciudad, Belfast, ni tampoco les ha dado nombre a sus personajes. Este es uno de los retos formales a los que me referí un poco antes. Y el resultado es magnífico. Nunca es un problema en la lectura identificar a quién se refiere la narradora; por el contrario, los sobrenombres que utiliza son de una gran precisión. Y es un gran hallazgo este recurso, porque los nombres, en el contexto de la historia de la protagonista y por extensión de la autora, tenían mucho peso. A alguien se le podía acusar de traidor si nombraba a su hija o hijo con algún nombre prohibido; es decir, algún nombre que “perteneciera” a personas de la religión contraria o a aquel país que estaba del otro lado del mar. Existían listas al respecto, como apunta la narradora anónima de la novela:

Los nombres prohibidos eran: Nigel, Jason, Jasper, Lance, Percival, Wilbur, Wilfred, Peregrine, Norman, Alf, Reginald, Cedric, Ernest, George, Harvey, Arnold, Wilberine, Tristram, Clive, Eustace, Auberon, Felix, Peverill, Winston, Godfrey, Héctor, junto con Hubert, un primo de Héctor, tampoco están permitidos. Tampoco lo estaban Lambert o Lawrence o Howard o los otros Laurence o Lionel o Randolph porque Randolph era como Cyril que era como Lamont que era como Meredith, Harold, Algernon y Beverley. Myles tampoco estaba permitido. Tampoco Evelyn, Ivor, Mortimer, Keith, Rodney, Roger, Earl of Rupert, Willard, Simon, Sir Mary, Zebedee o Quentin, aunque quizás ahora Quentin, debido a que el cineasta se desempeñaba bien en Estados Unidos en esa época. O Albert. O Troya. O Barclay. O Eric. O Marcus. O Sefton. O Marmaduke. O Greville. O Edgar porque todos esos nombres no estaban permitidos. Clifford era otro nombre no permitido. Lesley tampoco lo estaba. Peverill estaba prohibido dos veces (23-4).

Decía que de la violencia de esta época no se salvaron ni los perros, porque, en efecto, la protagonista narra una matanza de perros ocurrida a manos del ejército en un acto que buscaba intimidar a la población. La narradora describe esta matanza y se concentra al final en un perro en particular; uno que se había mostrado cariñoso con los militares. Esto en un intento de comprender cómo la violencia se había adueñado de todo.

Lo supe inmediatamente, ¡Dios mío! ¡Era verdad! ¡Por eso lo mataron! ¡Lo mataron porque el perro fue cariñoso con ellos! […] Lo mataron porque […] no podían soportar ser queridos, no podían soportar la inocencia, la franqueza, la apertura, la indefensión y un afecto y una pureza tales; era tanto cariño que había que acabar con el perro y sus cualidades. No podían soportarlo. Tenían que matarlo. Probablemente ellos mismos habrían visto esto como defensa propia. Y ese era el problema con la gente luminosa. Tomemos un grupo de individuos que no eran luminosos, tal vez una comunidad entera, una nación entera, o tal vez sólo una estatua inmersa a largo plazo en los planos físico y energético en las energías mentales oscuras; condicionados también, a través de años de sufrimiento personal y comunitario, historia personal y comunitaria, a estar sobrecargados con la pesadez y la tristeza y el miedo y la ira – bueno, estas personas no podían, ni por asomo, estar abiertas a cualquier señal luminosa de una persona que entrara en su entorno y brillara sobre ellos así como así. En cuanto al medio ambiente, eso también se opondría, respaldando el pesimismo de su gente, que fue lo que ocurrió donde yo vivía, donde todo el lugar parecía estar siempre en la oscuridad. Era como si las luces eléctricas estuvieran apagadas, siempre apagadas, aunque el atardecer ya había pasado, así que deberían haber estado encendidas, pero nadie las encendía y nadie se daba cuenta tampoco, no estaban encendidas. Todo esto también parecía normal, lo que significaba que parte de la normalidad aquí era esta constante y no reconocida lucha por ver. Sabía incluso de niña – tal vez porque era una niña – que esto no era realmente físico; sabía que la impresión de un paño mortuorio, de alguna cualidad distorsionada de la luz tenía que ver con los problemas políticos, con las heridas que habían llegado, los problemas que se habían construido, con la pérdida de la esperanza y la ausencia de confianza y con una incapacitación mental sobre la que nadie parecía estar preparado o ser capaz de prevalecer. El propio entorno físico de entonces, en connivencia con, o como resultado de, la oscuridad humana que se descargaba en él, no fomentaba por sí mismo la luz. En lugar de ello, el lugar estaba hundido en una larga y melancólica historia, hasta el punto en que la persona verdaderamente luminosa que llegaba a esta oscuridad corría el riesgo de no sobrevivir en ella, de tener su propio brillo sumergido en ella y, en algunos casos – si la persona era vista como intolerablemente extra-brillante y extra-luminosa – podría incluso llegar al punto de que ese individuo tuviera que perder su vida física. En cuanto a los que vivían en la oscuridad, que durante mucho tiempo estuvieron en sintonía con la certeza de la oscuridad, esto tampoco era cualquier cosa para ellos. ¿Qué pasa si aceptamos estos puntos de luz, su translucidez, su brillo; qué pasa si nos permitimos disfrutar de esto, dejamos de temerlo, nos acostumbramos a eso; qué pasa si llegamos a creer en eso, a esperarlo, a impresionarnos por eso; qué pasa si tomamos la esperanza y renunciamos a nuestra antigua herencia y en su lugar, e infundidos, comenzamos a arrastrarnos con ella, con nosotros mismos para luego irradiarla; qué pasa si hacemos eso, nos educamos hasta ese punto, y luego, así como así, la luz se apaga o es arrebatada? Por eso no había mucha gente luminosa en lugares abrumadores y consistentes con el miedo y la pena (89-90).

Pero como buena novela, en Milkman hay varios registros. Otro reto formal de Anna Burns que resuelve magníficamente es el uso del flujo de conciencia como discurso narrativo. Es complejo lograr matices y un lenguaje polifónico al emplear una técnica como el flujo de conciencia, pero ella lo logra y a ratos lo hace entrañable. La narradora tiene varios hermanos y hermanas, como la gran mayoría de los personajes de la época. Ella, es la hermana del medio, y después siguen tres pequeñas hermanas superdotadas, que a pesar de su edad leen y estudian temas de enorme complejidad. Sin embargo, no dejan de ser niñas. Aquí un ejemplo de una manera en que la narradora le presenta al lector algo del carácter de estas niñas quienes siempre interactúan al unísono.

«Haces preguntas un tanto peculiares, hija», me respondió mamá. «No tan peculiares como las que hacen las hermanitas», dije, «y las respondes como si fueran preguntas normales», por ejemplo, las del desayuno. «Mami», dijeron, «si una mujer fuera excesivamente deportista y esta cosa llamada menstruación se detuviera dentro de ti porque fueras excesivamente deportista» – las hermanas pequeñas habían descubierto recientemente la menstruación en un libro, pero aún no a través de la experiencia personal – «entonces dejaras de ser excesivamente deportista y si tu menstruación regresara, significaría que tendrías tiempo extra de menstruación para compensar la brecha de no haberla tenido cuando deberías haberla tenido sólo que no podías porque tu deportividad estaba bloqueando la producción de tu hormona estimulante de folículos, también bloqueando la hormona luteinizante para que no instruya al estrógeno a estimular el revestimiento del útero en espera de que el óvulo sea fecundado, con la consiguiente insuficiencia de hormonas y estrógenos que impiden la liberación del óvulo a ser fecundado o – en caso de que el óvulo sea liberado pero no fecundado – a la degeneración del cuerpo lúteo y la descamación del endometrio o, Mami, ¿tu menstruación se detendría en el momento en que fue programada biológicamente para detenerse sin importar los meses o años de deportividad excesiva cuando tu menstruación no había llegado? ’ Ma me dijo que sí, que trataba las preguntas de las hermanitas como si fueran preguntas normales, pero que las hermanitas eran las hermanitas – incluso sus profesores lo decían – lo que significa que siempre debían ser extrañas en sus preguntas y en la adquisición de conocimientos, mientras que yo, dijo, al ser de una cerebración diferente a las hermanitas, esperaba que yo ya hubiera crecido y dejado todo eso atrás (83-4).

Aunque la mayor parte de la novela se centra en los hechos que le ocurren a la protagonista en un lapso de pocas semanas, cuando ella tiene poco más de dieciocho años de edad y está siendo acosada por un paramilitar al que apodan Milkman, hay reflexiones sobre la manera en que ella y otros niños de su comunidad habían crecido. Los acosadores o abusadores sexuales de niñas estaban muchas veces, como suele ocurrir, dentro de las propias familias. Esto no impide que la autora logre una mezcla de humor y denuncia al mismo tiempo obteniendo así un logro más en la narrativa. Aquí un fragmento del momento en que la narradora cuenta cómo entre ella y una de sus hermanas mayores intentan prevenir a las hermanitas sobre cualquier acercamiento indebido que pueda tener uno de los cuñados de ellas, el “primer cuñado”.

Se trataba del campo sexual; ese hombre no sabía cómo participar en ningún otro campo. Por eso la tercera hermana y yo habíamos intentado hablar con las niñas. Las hermanitas, sin embargo, dijeron que no necesitaban que les advirtiéramos de algo febril, impulsivo y codicioso sobre el primer cuñado. Dijeron que él tenía una neurosis compulsiva enfermiza y que era muy evidente para todos. «Sólo que, ¿a nosotras qué nos importa?», añadieron. «¿Por qué vienes a nosotros, diciéndonos esto, advirtiéndonos de nuestro primer cuñado?» «Si intenta algo,» dijo la tercera hermana. ¿Intentar qué?’, dijeron. «Aunque les hable de forma aparentemente inocente sobre el tema, digamos, de la Revolución Francesa…» «¿Qué aspecto de la Revolución Francesa?» «Cualquier aspecto», dijo la tercera hermana. «O», continuó ella, «si él trata de tener una discusión sobre esa teoría científica marginada que ustedes tres tienen, la de la multi-turbulencia hidrotermal»… «Estás haciendo un esbozo incorrecto de eso, tercera hermana», dijeron las hermanitas. «Lo que la tercera hermana quiere decir», interrumpí, «es que si él se une a la desaprobación de Demóstenes de Alcibíades, o si aparece de pronto y trata de exponer la tesis de que Francis Bacon era en realidad William Shakespeare, lo que ella quiere decir…» «¡Nosotras sabemos lo que significa exponer estas tesis!”, contestaron las hermanitas. «Lo que la hermana de en medio está diciendo», dijo la tercera hermana, «es que si él se mete en una exposición sumaria sobre la firma de Guy Fawkes antes de ser torturado y la firma de la confesión de Guy Fawkes después de ser torturado, eso significa que…» «¡Sabemos lo que significa una exposición sumaria!”, replicaron ellas. Miren, hermanitas, el punto es, dije, si él trata de atraerlas con el pretexto de algo – ciencia, arte, literatura, lingüística, antropología social, matemáticas, política, química, el tracto intestinal, eufemismos inusuales, contabilidad de doble entrada, las tres divisiones de la psique, el alfabeto hebreo, el nihilismo ruso, el ganado asiático, la porcelana china del siglo XII, la unidad japonesa – «No entendemos», gritaron las hermanitas. «¿Qué hay de malo en hablar de esas cosas?» «Lo malo es que no se dejen engañar», dijo la tercera hermana. «Nada de eso será el asunto, no será lo que él realmente busca”. Pero, ¿cuál es el asunto entonces? ¿Qué es lo que realmente busca? ¿Qué es lo que quieren decir ustedes dos?”, dijeron las hermanitas. Pudimos ver, la tercera hermana y yo, que lejos de tranquilizar y proteger a las niñas, las habíamos alarmado y asustado. La tercera hermana dijo entonces: «Será algo abusivo, sexualmente invasivo, una cosa violenta y espeluznante, siempre algo verbal, pero pensándolo bien, no importa. Ustedes tres son demasiado jóvenes para saber de eso todavía» (211-2).

En suma, Milkman de Anna Burns es una novela en la que confluyen una visión femenina, íntima, con la visión de toda una comunidad durante una época violenta (los llamados Troubles en Irlanda del Norte que comenzaron a fines de los años sesenta y terminaron casi treinta años después). Al mismo tiempo es una novela de formación, una historia en la que a pesar de las dificultades hay siempre tiempo para la ternura, el buen humor, la sexualidad, la imaginación y la destreza narrativa.

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[1] La edición consultada para esta reseña es: Anna Burns (2019). Milkman. Faber & Faber. Libro electrónico. Las citas son traducciones propias.

«Perdida» de Gillian Flynn

El género policíaco es un arma de dos filos. Por un lado, hay tal abundancia de autores y obras de este género que es imposible seguirles la pista. Los motivos se repiten muy pronto y hacen que cientos –si no miles– de sus exponentes caduquen antes incluso de ser descubiertos. Desde el surgimiento de la novela negra, el recurso más utilizado por los autores del género policíaco ha sido el aumento de la violencia en sus obras. Con novelas cada vez más violentas, con tramas que giran alrededor de venganzas que solo buscan atrapar al lector por las vísceras es difícil encontrar la literatura en un conglomerado de sangre coagulada y vómito caliente. Por eso una novela como Perdida de Gillian Flynn, traducida al español por Óscar Palmer y publicada por editorial Debolsillo, resulta una bocanada de aire fresco.

Nick y Amy son un matrimonio que están a punto de celebrar su quinto aniversario cuando Amy desaparece. Todo indica que fue sustraída de su casa por la mañana, mientras Nick estaba ausente. Apenas avanza un poco la trama y Nick emerge como el principal sospechoso. El resto de la novela, por supuesto, consiste en averiguar qué pasó con Amy y cuál ha sido el verdadero papel de Nick en la desaparición de su esposa. Con una trama y una estructura sencillas, la escritora norteamericana Gillian Flynn ha construido una novela poderosa. Los personajes son creíbles –la autora los lleva a situaciones límites corriendo varios riesgos– y aunque la trama da algunos bandazos de verosimilitud, nunca se cae y mantiene al lector al filo de la butaca.

La estructura, como he mencionado antes, es muy sencilla: un capítulo es narrado por Nick y otro por Amy. Al principio hay un desfase temporal entre ambas narrativas para dar cuenta de cómo se conocieron estos personajes, cómo se enamoraron, cuándo y cómo decidieron mudarse de Nueva York a un pequeño pueblo al lado del río Misisipi, etc.

A medida que conocemos más sobre Amy y Nick podemos escuchar muy bien, entre líneas, algunas opiniones de la autora sobre la vida en pareja, sobre el oficio de la escritura, y sobre los lugares comunes dentro y fuera de la literatura popular, entre otras cosas. Nada está expresado de forma pretenciosa, y nada está fuera de lugar. Mientras descubrimos una trama que se despliega con un ritmo preciso, con un suspenso vertiginoso, dialogamos con Gillian Flynn sobre literatura, cine y las relaciones interpersonales. ¿Qué nos mueve?, ¿qué nos obsesiona? ¿Con cuánto empeño buscamos salir de la vida promedio solo para volver inútilmente a nuestro punto de partida?

A diferencia de muchas otras obras del género policíaco, Perdida no busca engancharnos con un recurso barato como apelar al morbo o a la violencia. Es claro que se trata de una obra de suspenso en donde una mujer ha desaparecido y hay formas de violencia presentes en la novela. Sin embargo, no hay, a mi juicio, violencia gratuita en las cerca de 400 páginas en las que Flynn teje con gran talento una trama inquietante.

Sabemos que la literatura policíaca es uno de los géneros literarios más antiguos y valorados. También sabemos que bajo este rubro se han clasificado grandes montañas de basura. Por ello los invito a descubrir por qué Perdida es una novela que se inscribe en esta tradición, en la que es cada vez más difícil explorar el lenguaje y las relaciones humanas alrededor del crimen y sus complejidades, en lugar de violentarnos durante páginas y páginas, y decir que eso es arte.

En los siguientes enlaces pueden escuchar un fragmento del audiolibro en español:

https://www.ivoox.com/perdida-gillian-flynn-audios-mp3_rf_12448087_1.html

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«Un mago de Terramar» de Ursula K. Le Guin

Originalmente publicada en 1968, Un mago de Terramar, novela escrita por la norteamericana Ursula K. Le Guin, es la primera de un ciclo de novelas de fantasía que se conoce con ese nombre: Ciclo de Terramar. En español fue traducida por Matilde Horne y publicada por la editorial Minotauro en 1983 y esta es la recomendación de esta semana que tengo para ustedes. Soy Gerardo Piña y es un gusto saludarles nuevamente.

Un mago de Terramar relata las aventuras de Ged, también conocido como Sparrow Hawk, un mago con más poder del que él mismo tiene conciencia, como suele pasar con los magos y los no-magos por igual. Un mago de Terramar es también una novela de formación. Vemos a Duny, pues este es el nombre provisional del personaje, al principio del relato como un niño que vive en Gont, un pueblo sencillo. Duny queda huérfano de madre a muy corta edad y se vuelve aprendiz de una hechicera. De ella aprende algunos trucos menores. Sin embargo, ante una invasión al pueblo perpetrada por hombres que asesinan a los habitantes, queman las casas y a los animales, etc., los habitantes de Gont deciden armarse lo mejor que pueden a sabiendas de que no podrán oponer mucha resistencia. Duny decide, casi por instinto, lanzar un hechizo simple en apariencia: crea una neblina que confunde a los invasores y frustra sus ataques. Los pobladores, al conocer sus casas y caminos, pueden no solo replegarse sino atacar con ventaja a sus enemigos. El resultado es la victoria del pueblo de Gont. Ante esta muestra de poder Ogion, un mago de renombre, va en busca de Duny para darle su verdadero nombre y aceptarlo como aprendiz. Ogion decide ponerle a Duny el nombre de Ged. Después de esto cito: “un pájaro cantó en voz alta en las ramas del árbol. En ese momento, Ged comprendió el canto del pájaro, y el lenguaje del agua que caía en la cuenca de la fuente, y la forma de las nubes, y el principio y el fin del viento que agitaba las hojas: le pareció que él mismo era una palabra pronunciada por la luz del sol”. Fin de la cita.

Los nombres son parte de un tema fundamental en la novela: el reconocimiento de las cosas. En Terramar todos tienen un nombre de uso común y un nombre verdadero. Este último es fundamental para la seguridad de quien lo lleva, pues es solo a través del conocimiento del nombre verdadero de alguien que se le puede hacer daño a través de la magia. Y esto se extiende a todos los elementos de la naturaleza: los animales, las plantas, el mar, etc. tienen también un nombre verdadero y quien los conoce tiene un determinado poder sobre ellos. Cuando alguien revela su nombre verdadero a otro está otorgándole algo tan preciado como su vida; es tal vez la expresión más alta de la confianza.

Ged es inseguro e impaciente y decide dejar a Ogion e irse a la escuela de magos de la isla de Roke. Es ahí donde aprenderá la lección más importante de su vida: conocerse a sí mismo. Por supuesto, este conocimiento no es inmediato ni es transparente. A partir de algunos sucesos que se dan en la escuela con otros magos, Ged tendrá que enfrentar un reto enorme, pues en un momento de arrogancia realiza un hechizo para el que aún no está preparado y que involucra la invocación de espíritus ancestrales. Esta invocación le enseñará a Ged varias cosas que trascienden la magia: la humildad, la confianza, la amistad y la determinación. Uno de sus maestros le advierte sobre la diferencia entre la ilusión de un hechizo y los cambios que son verdaderos. Cito:

La Mano Maestra miró la joya que brillaba en la palma de Ged, brillante como el premio de un tesoro de un dragón. El viejo Maestro murmuró una palabra, Tolk, y allí estaba la piedra, no una joya, sino un trozo áspero de roca gris. El Maestro la tomó y la sostuvo con su propia mano. “Esto es una roca, un tolk en el Habla Verdadera”, dijo mirando a Ged con ternura. “Un poco de la piedra de la que está hecha la Isla de Roke, un poco de la tierra seca en la que viven los hombres. Es ella misma. Es parte del mundo. Con un cambio de ilusión puedes hacer que parezca un diamante -o una flor o una mosca o un ojo o una flama-. La roca cambió de forma en forma a medida que él las nombró, y volvió a ser una roca. “Pero eso es sólo su apariencia. La ilusión engaña los sentidos del espectador; le hace ver y oír y sentir que el objeto ha cambiado. Pero eso no cambia al objeto. Para convertir esta roca en una joya, debes cambiar su verdadero nombre. Y hacer eso, amigo mío, incluso para un pedazo del mundo tan pequeño, significa cambiar el mundo.

Un mago de Terramar pertenece, desde luego, al género de la fantasía. Pero como ocurre con todas las obras literarias importantes, sus logros trascienden estas clasificaciones. Sin embargo, me detengo un momento para hablar de algunos rasgos del género en esta novela por las implicaciones que puedan tener en su lectura, sobre todo entre quienes no suelen leer novelas de fantasía. Ursula K Le Guin diseñó un mundo narrado, lo que llamamos diégesis en la teoría literaria, y lo fue poblando, lo fue nombrando. Así, los nombres de los lugares y personajes –al no ser tan familiares para el lector como ocurre en las novelas realistas– son menos fáciles de retener. No es necesario retener todos los nombres que aparecen. Los personajes fundamentales los vamos a reconocer sin mayor esfuerzo. También es fácil caer en la tentación de romper el pacto elemental entre quien lee y el texto que tiene en frente cuando se trata de una novela de fantasía. Es decir, pensamos que, al tratarse de un mundo irreal, cualquier cosa que ocurra de manera inesperada es gratuita por el solo hecho de que se trata de un mundo fantástico; es fácil pensar que no hay coherencia en este tipo de obras porque “todo se vale” cuando hay magia de por medio. De hecho sucede todo lo contrario. Quien opta por escribir una obra de fantasía apuesta por una coherencia interna mucho mayor que la que puede esperarse en una obra de corte realista. Las razones son estas: convencer a un lector de la arquitectura de un mundo imaginario es muy difícil (sobre todo cuando esto se hace solo con palabras), convencerlo también de que los personajes que lo habitan son verosímiles y tienen una cierta densidad, que sus pensamientos y ponderaciones no son superficiales, es más difícil aún, pero convencerlo de que la coherencia emocional y psicológica de dichos personajes es profundamente humana y que ese lector puede identificarse con estos personajes que no tienen referentes directos ni obvios en su vida cotidiana, es, quizás, el mayor logro que se puede alcanzar a través de las palabras.

Si le negamos la oportunidad de lectura a una obra porque en ella aparecen magos y dragones, en realidad nos estamos negando una oportunidad a nosotros mismos; una oportunidad para aprender un poco más de algo que habita en nosotros y que a veces olvidamos: la humildad, la confianza, la amistad y la determinación. Me despido de ustedes con esta cita del libro Un mago de Terramar de Ursula K Le Guin:

No es un secreto. Todo el poder es uno en el principio y el final. Los años y las distancias, las estrellas y las velas, el agua, el viento y hechicería, el arte en la mano de un hombre y la sabiduría en la raíz de un árbol: todos surgen al mismo tiempo. Mi nombre y el tuyo, y el verdadero nombre del sol, o de un manantial de agua, o de un niño que no nació, son todos sílabas de una sola palabra que se pronuncia muy lentamente por el brillo de las estrellas. No hay otro poder. No hay otro nombre.

¿Qué hay de la muerte? Preguntó la chica.

Para que una palabra sea pronunciada, respondió Ged lentamente, debe haber silencio. Antes y después.

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«Sobre los huesos de los muertos» de Olga Tokarczuk

El libro que les recomiendo en esta ocasión se llama Sobre los huesos de los muertos. La autora es Olga Tokarczuk, fue traducido al español por Abel Murcia y publicado por la editorial Océano en 2015. La escritora polaca Olga Tokarczuk fue galardonada con el premio Nobel de literatura de 2018 y, como suele suceder en muchos de estos casos, el premio llevó a varios lectores a acercarse a la obra de una escritora que hasta entonces les había pasado inadvertida. Este fue mi caso.

Sobre los huesos de los muertos es una novela policíaca (i.e. hay un crimen, un culpable y alguien que hace las veces de detective para encontrarlo), pero esta novela también es más que eso. Es una reflexión sobre la destrucción del planeta a causa de los seres humanos. También es una diatriba en contra del maltrato y consumo animal. El personaje central es Janina Duszejko, una maestra retirada que vive una zona rural muy pequeña a las afueras de Polonia. Ella es la narradora de toda la historia.

La novela comienza cuando un vecino suyo llama a su puerta para pedirle que lo acompañe, pues han encontrado muerto a otro vecino, uno al que apodaban Pie Grande. Los personajes –salvo alguna excepción– son nombrados según los apodos que la propia Janina les pone. Por ejemplo, se refiere como Pandedios al vecino que va a buscarla y con quien lleva una buena relación. A este crimen, le sucede otro y así se echa a andar la maquinaria de las pesquisas del lector. Janina es un personaje entrañable: una astróloga aficionada, defensora de los animales, está convencida de que los crímenes han sido provocados por los propios animales, quienes por fin han comenzado a cobrar venganza de todo el maltrato que han recibido por parte de los seres humanos; en particular por los cazadores furtivos. Janina había sido maestra de inglés y uno de sus exalumnos ha decidido traducir al polaco la obra de William Blake, el poeta místico. De ahí que haya fragmentos de poemas o cartas de Blake entretejidos con los diálogos y reflexiones de la narración. Algo que atrapa la atención del lector desde el inicio es la fuerza que puede alcanzar la prosa de Tokarczuk en pasajes muy breves, así como una gran precisión para describir estados de ánimo (de lo que daremos cuenta un poco más adelante). Por ahora quiero subrayar que Sobre los huesos de los muertos no es una novela exenta de humor. He aquí, por ejemplo, esta reflexión que hace Janina sobre Pandedios, quien en realidad está representando prácticamente a cualquier hombre:

“Con Pandedios resulta difícil hablar”, dice Janina. “Es una persona taciturna, y como no es posible hablar con él, hay que callar. Con algunas personas, especialmente con los hombres, resulta difícil hablar. Tengo cierta teoría al respecto. Con la edad, muchos hombres caen en cierto autismo testosterónico que se manifiesta en una lenta pérdida de la inteligencia social y de la capacidad para comunicarse con las otras personas, la cual afecta también la capacidad de formular pensamientos. La persona aquejada de esta dolencia se convierte en un ser taciturno y parece estar sumido siempre en sus reflexiones. Le interesan más los utensilios y las maquinarias. Le atraen la Segunda Guerra Mundial y las biografías de personas famosas, particularmente de políticos y malhechores. Desaparece prácticamente su capacidad de leer novelas: el autismo testosterónico impide la comprensión psicológica de los personajes. Creo que Pandedios padecía esa dolencia”.

Tokarczuk ha sido una activista a favor de los derechos de los animales y del cuidado del medioambiente desde hace varios años. Eso la ha puesto en sintonía sobre uno de los males de nuestro tiempo: el cinismo disfrazado de ironía.

“Ése es uno de los rasgos que más detesto en la gente: la ironía helada”, dice Janina. “La ironía revela una actitud muy cobarde: uno puede burlarse de todo, ridiculizarlo, no tomar partido por nada, nunca, no sentirse unido a nada. Como un impotente que nunca gozará del placer, pero hará lo imposible para que otros lo encuentren repugnante. La ironía es la principal arma de Urizén. La armadura de la impotencia. Y encima los irónicos siempre tienen una concepción del mundo de la que alardean triunfalmente, aunque cuando se empieza a darles la lata y a pedir detalles, resulta que se trata únicamente de trivialidad y banalidad. Nunca me habría atrevido a decirle a una de esas personas que era un idiota y no iba a empezar con el cartero”.

Sabemos que para fascinarnos con algo que nos cuentan es vital que percibamos la fascinación de quien relata. De esta manera todo, hasta lo más trivial puede resultar novedoso, atractivo o a veces increíble como esta descripción que hace Janina de los zorzales, estas aves que de pronto pasan volando sobre ella.

“Entonces pasó una veloz bandada de zorzales. A estos pájaros sólo los veo en bandadas: se mueven con agilidad, como un organismo aéreo, compuesto de una sola trama. No recuerdo dónde leí que son capaces de defenderse si los ataca un depredador, por ejemplo, uno de esos gavilanes que se mecen en el cielo como espíritus santos. La bandada es capaz de luchar de manera pérfida e impredecible, y sabe vengarse: se eleva rápidamente en el aire y como obedeciendo una misma orden evacúa sobre el perseguidor: suelta decenas de blancos excrementos sobre las bellas alas del gavilán, de manera que no sólo las manchan, sino que provocan que se peguen y el ácido corroe las plumas con velocidad. Para escapar del peligro, el depredador debe abandonar la persecución de inmediato y posarse en la hierba. Nadie puede imaginar lo sucias que se encuentran sus plumas. El animal pasa uno o dos días limpiándolas, pues es incapaz de dormir a causa del olor repugnante que despide, peor que el de la carroña. No puede quitarse con el pico los excrementos que se han endurecido, tiene frío, y por entre sus plumas pegadas el agua de lluvia se abre paso con facilidad hasta su delicada piel de ave. Los otros gavilanes lo evitan, como si tuviera la lepra o hubiese contraído una enfermedad horrible. Su majestuosidad se ha visto dañada. Todo aquello es insoportable para el gavilán, y no es extraño que el ave muera”.

Las diatribas en contra del maltrato y consumo animal como parte de una obra literaria son raras. Me viene a la mente el ensayo “La vida de los animales” de J.M. Coetzee, incluido en su novela Elizabeth Costello como otro ejemplo de un ensayo en las mismas líneas que estas de Tokarczuk. En boca de Janina, la autora polaca describe la normalidad con la que hemos adoptado el maltrato a los animales.

“—Cuando ustedes pasan junto a los escaparates de las carnicerías”, dice Janina, “donde cuelgan cuerpos despedazados y abiertos por la mitad, ¿qué les viene a la mente? No les llama la atención, ¿verdad? O cuando piden en un restaurante una brocheta o un filete, ¿se han puesto a pensar qué es lo que reciben? Como si no hubiera nada terrible en ello. El crimen de estos animales se considera un acto normal, se ha convertido en un hecho cotidiano. Un crimen que todos cometen. Pues bien, así es como sería el mundo si los campos de concentración aún existieran y la gente los viera como algo normal […]—Ustedes pueden alegar que sólo se trata de un jabalí —continué—. ¿Pero entonces cómo se explica esa avalancha de cuerpos que provienen del matadero y caen diariamente en la ciudad como una inagotable lluvia apocalíptica? Esa lluvia anuncia la masacre, la enfermedad, la locura colectiva, el desequilibrio y el envenenamiento del espíritu. Ningún corazón humano podría soportar tanto dolor. De hecho, la complicada psicología humana tiene un solo objetivo: impedirle al hombre entender lo que ve, buscar que la verdad no se abra paso hasta él y quede envuelta en alucinaciones y palabras vacías. Que el mundo sea una prisión llena de sufrimientos, organizada de manera que para sobrevivir haya que causar dolor a los otros. ¿Me explico? […]”

Otro acierto de la novela, que se muestra poco a poco, es el tipo de personajes que pueblan la narración. Janina es una exmaestra de inglés, como ya he mencionado, además de ser una astróloga aficionada, pero junto a ella aparecen otros personajes (jóvenes y viejos) que no son en absoluto típicos de este tipo de novelas: un entomólogo, una chica que trabaja en una tienda de ropa de segunda mano, un novato en las fuerzas policíacas que traduce a Blake en su tiempo libre y está lleno de alergias.

“Entendí que pertenecíamos a ese grupo de gente que el mundo considera inservibles”, dice Janina. “No hacemos nada trascendental, no producimos pensamientos importantes ni objetos necesarios ni alimentos; no cultivamos la tierra ni hacemos que prospere la economía. No nos hemos multiplicado significativamente […] No hemos aportado ningún tipo de provecho a la humanidad. No se nos ha ocurrido ningún invento. No hemos tenido poder, no hemos poseído nada más que nuestras pequeñas propiedades. Hemos hecho nuestro trabajo, pero éste no ha tenido ninguna importancia para los demás. De hecho, si faltáramos, no cambiaría nada. Nadie se daría cuenta”.

En suma, Sobre los huesos de los muertos de la escritora Olga Tokarczuk es una novela que combina lo mejor de las novelas policíacas (i.e. su amenidad, su falta de pretensiones y un suspenso constante) con una reflexión clara y certera del mundo que hemos destruido y de lo que hace falta para repararlo.

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«El gigante enterrado» de Kazuo Ishiguro

Lo imposible coexiste con lo cotidiano a fuerza de entrelazar los sueños con las necesidades más básicas. Ir en busca de comida implica los riesgos de encontrarse con un ogro o con otros buscadores de comida que son capaces de matarnos a la menor provocación. La guerra ha devastado los campos y la pobreza es rampante. Sin embargo, el amor y la lealtad también tienen cabida. De hecho parecen ser lo único capaz de sostener lo que aún queda del mundo.

Da click aquí para leer El gigante enterrado de Kazuo Ishiguro. Una historia del medievo en que vivimos

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«La serpiente emplumada» de D.H. Lawrence

La serpiente emplumada (1926), es una novela que muestra una visión simplista de México y su gente, inusual en un escritor tan crítico de su sociedad como lo fue D.H. Lawrence.

Da click aquí para leer «Sobre La serpiente emplumada de D.H. Lawrence»

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El aguafiestas de Houellebecq y su novela «Sumisión»

Decides tomar un arma y sales de tu casa, te unes al contingente, te dicen que esta vez van a darles con todo a esos fanáticos religiosos. De camino se detienen frente a la casa de un intelectual de quien se asegura vendrá un apoyo total a tu causa. Esperas que salga para unirse a los tuyos, que venga aun mejor preparado que ustedes, pero el intelectual se limita a pedirles que sigan su camino, que él ya no piensa del mismo modo que antes. Te quedas igual de desconcertado que el resto y observas cómo varios integrantes de tu grupo lo insultan, le arrojan piedras. El intelectual se mete a su casa y mientras el grueso del grupo continúa con el plan, tú y varios más deciden quedarse a darle su merecido a ése que ahora es un traidor.

Algo así ha ocurrido con Michel Houellebecq (Saint-Pierre, 1958) y su novela Sumisión (2015). Más de uno esperaba usar la novela de bandera islamófoba y se han topado con una reflexión en torno a la actualidad del Islam; con el testimonio de un típico profesor universitario francés que se convierte al Islam por su propia voluntad. La confusión obedece al origen de nuestros prejuicios. Éstos están tan enraizados que difícilmente podemos reconocerlos. Peor aún, cuando creemos demostrar que lo nuestro no es un prejuicio sino una definición razonada, sólo demostramos nuestra capacidad para justificar dicho prejuicio. La publicación de la novela Sumisión de Michel Houellebecq coincidió con el ataque de yihadistas a las oficinas de la revista Charlie Hebdo en París donde una docena de colaboradores de esa publicación fueron asesinados. El ataque y la novela fueron detonantes para que diversos grupos encontraran material de sobra al momento de justificar sus prejuicios. Para unos, el ataque sólo confirma que el Islam es una religión violenta; para otros, los yihadistas son la excepción de un sistema de creencias como los hay entre los católicos, judíos o ateos. Hubo quienes calificaron de héroes a las víctimas o de justicieros a los perpetradores. El mayor “debate” en el ámbito de la prensa y la intelectualidad occidentales se redujo, sin embargo, a elucidar si el ataque a Charlie Hebdo había sido un ataque a la libertad de expresión. Pongo la palabra debate entre comillas porque más que eso fue, en el mejor de los casos, un intercambio de argumentos que alimentaban prejuicios; no un intercambio de ideas. Sumisión es una novela que confronta al lector con sus propias certezas en torno a la religión, al orden sociopolítico actual y a su capacidad de empatía.

La revista Charlie Hebdo había publicado una caricatura de Michel Houellebecq a raíz de su más reciente novela, en la que se burlaban de él aludiendo a que en poco tiempo perdería los dientes y, en breve, participaría del Ramadán. El ataque yihadista provocó que Sumisión alcanzara un récord de ventas inmediato en Francia y que Houellebecq tuviera que huir de París. Dicho de otra manera, el grueso de la prensa y los lectores europeos daban por hecho que:

a) Houellebecq es islamófobo;

b) su novela tenía que estar vinculada al ataque de Charlie Hebdo;

c) la lectura reafirmaría sus convicciones sobre el fanatismo religioso.

Y había motivos para pensarlo; después de todo, Houellebecq había sido acusado de racista e islamófobo tiempo atrás y, aunque fue absuelto, se había exiliado en Irlanda por algunos años. Por otra parte, la promoción de la novela subrayaba un tono de crítica y burla hacia el Islam y se le describía como una suerte de sátira política al estilo de 1984 de George Orwell. Sin embargo, la novela no es nada de eso: Sumisión cuenta la conversión de un profesor universitario de literatura al Islam menos por conveniencia que por tener una epifanía religiosa. Sumisión es un análisis somero y una propaganda a favor del Islam o, mejor dicho, de una versión del Islam (la que le atañe a la clase media y alta europeas).

La conversión le ocurre a François, el protagonista de la novela, quien es profesor de literatura (especialista en la obra de Joris-Karl Huysmans). François representa muy bien al promedio de los hombres blancos europeos con educación universitaria como en esta escena en la que describe a tres jóvenes un día antes de impartir una de sus clases: “Delante de la puerta del aula —ese día había previsto hablar de Jean Lorrain— tres tipos de unos veinte años, dos árabes y un negro, bloqueaban la entrada, no iban armados y parecían bastante tranquilos, su actitud no era amenazadora”[1] (19). Es claro que si hubieran sido tres jóvenes blancos como él, no habría dicho: “eran tres tipos blancos de unos veinte años que bloqueaban la entrada, no iban armados y parecían bastante tranquilos, su actitud no era amenazadora”. El racismo implícito en esta descripción por parte del personaje no sorprende. Lo inquietante de esta novela es que ese mismo personaje va a ser capaz de abrazar el Islam al identificar que su vida está en una crisis enorme y la fe religiosa es la única salida para él.

Más que describirnos cómo es la vida en una Francia gobernada por un Frente Islámico, François da cuenta del proceso que lleva en el año 2022 a Mohammed Ben Abbes, líder del partido islamista moderado, a ganar las elecciones presidenciales en Francia. Hago énfasis en que se narra el proceso y no tanto el hecho consumado del triunfo electoral de Ben Abbes porque ésa es la parte fascinante de la novela (i.e., el mostrar cómo un personaje y una sociedad en crisis tocan fondo para resurgir abrazando la religión del Islam). El momento en que se cuenta que Ben Abbes gana las elecciones rebasa ya tres cuartas partes de la novela. Más aún, la novela termina cuando François vislumbra lo que será su futuro si se convierte al Islam, pero sólo son meras suposiciones. ¿Entonces de qué trata la novela realmente? ¿Cuál es la sumisión aludida en el título?

El tema de la conversión ocurre en tres planos simultáneos en la novela. En primer lugar está la nueva hegemonía política y económica del Islam imponiéndose en Francia con miras a dominar en poco tiempo el sur de Europa y el norte de África. Esto no tiene que ver con algo ideológico sino con un mero asunto de demografía. Los musulmanes en Francia son cada vez más y el respaldo económico de los países petroleros árabes es también mayor cada día. Esta es, quizá, la apuesta más significativa en todo el libro. Houellebecq parece decirle a sus connacionales lo que no quieren oír:

La trascendencia es una ventaja selectiva: las parejas que se reconocen en una de las tres religiones del Libro, las que mantienen los valores patriarcales, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas; las mujeres tienen menos educación, y el hedonismo y el individualismo tienen menor peso […] Para ellos lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa; a sus ojos es así de fácil, la economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final” (64).

La segunda conversión es la de Huysmans al catolicismo. Dado que han pasado casi veinte años desde que François publicara su tesis sobre Huysmans, ahora se ha dado a la tarea de releer las obras de este autor naturalista decimonónico. A medida en que hace esta relectura, nos refiere sus asombros y constataciones. Entre ellas, el personaje subraya la necesidad de Huysmans por convertirse al catolicismo como oblato ante la opción de defender un humanismo ateo o de tomar el hábito (Huysmans, su obra y su conversión son hechos reales ocurridos a finales del siglo diecinueve).

Por último está la conversión del narrador, quien no se somete al nuevo gobierno: lo acepta. Él es uno de los afortunados a quienes el Islam resulta benéfico sin tener que abrazarlo. Bajo el nuevo régimen, François ha sido destituido de su cátedra como profesor de literatura, pero ha obtenido una jubilación similar a la de alguien que hubiera trabajado por más de treinta años cuando él apenas llevaba 15. No amaba particularmente su trabajo ni tenía mayores ambiciones. Tampoco se trata de alguien que profesara otra fe o que fuera un ateo (se define más como agnóstico que ateo al principio). Tampoco tiene familia. De hecho lo que acelerará la búsqueda de una fe son la soledad, el sinsentido de su vida, así como varias pérdidas cercanas (su amante, una chica judía de 22 años de edad, emigra a Israel ante la amenaza de la victoria musulmana en las urnas, al poco tiempo muere la madre del protagonista y poco después, el padre). Será en un intento por conciliar la paz interior que haga un breve viaje y, una vez en Rocamadour, ante la estatua de la virgen del lugar se dará cuenta de que realmente cree en una inteligencia superior y de que el Islam es una respuesta a sus necesidades (si bien el Catolicismo podría ser otra) porque “el verdadero enemigo de los musulmanes, lo que temen y odian más por encima de todo, no es el catolicismo: es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo. Para ellos los católicos son creyentes, el catolicismo es una religión del Libro (80)”.

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Por inesperado que sea, la novela resulta en una propaganda del Islam y del distributismo (un modelo económico alternativo al neoliberal sin llegar al comunismo). Es decir, Houellebecq recrea en una ficción los argumentos a favor de un régimen islámico y de un modelo económico moderados.

El gran público supo así durante las semanas siguientes que el distributismo era una filosofía económica aparecida en Inglaterra a principios del siglo XX bajo los auspicios de los pensadores Gilbert Keith Chesterton e Hilaire Belloc. Pretendía ser una “tercera vía” tan alejada del capitalismo como del comunismo, asimilada a un capitalismo de Estado. Su idea de base era la supresión de la separación entre el capital y el trabajo. La forma normal de la economía era así la empresa familiar; cuando era necesario, para ciertas producciones, reunirse en entidades más vastas, debía hacerse lo necesario para que todos los trabajadores fueran accionistas de su empresa y corresponsables de su gestión (93).

Con respecto a la sumisión, ésta no es otra que la de la mujer al hombre y la de éste a Dios, según lo expresa Rediger, el consejero universitario que busca convencer a François de que se convierta al Islam para que regrese a tomar su cátedra en la universidad, donde no encontrará ningún inconveniente para que pueda seguir trabajando en la prestigiosa edición de las obras completas de Huysmans en la colección Pléiade de Gallimard:

—Es la sumisión —dijo en voz queda Rediger—. La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta […] Hay una relación entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre […] y la sumisión del hombre a Dios, tal como la entiende el Islam (117).

Con esta novela, Houellebecq señala que el estado actual de las cosas en Francia y en buena parte de occidente atraviesa una crisis muy superior a lo que creemos. No se trata de una parodia ni de una sátira; es una disección atinada (somera como sólo es posible en un trabajo de ficción) de la obsolescencia de los valores heredados de la Ilustración. Para él, una sociedad sin religión no es posible. Por lo tanto, abrazar el Islam en occidente en un futuro lejano (evidentemente no en 2022) no es tan descabellado si observamos cómo la decadencia del modelo neoliberal ha ido de la mano con la decadencia de los valores católicos. Podemos no estar de acuerdo con su pronóstico, pero hay que reconocer que tiene fundamentos suficientemente poderosos como para desecharlo de un plumazo.

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[1] Las citas del presente artículo han sido tomadas de Houellebecq, Michel, Sumisión, traducción al español de Joan Riambau, Ed. Anagrama, 2015, 288 pp.

Carson McCullers y la gran novela americana

A sus veintitrés años de edad, Carson McCullers construyó un mundo literario con un sentido crítico en el que el realismo y la fantasía se integran, en el que una propuesta estética sólida va de la mano con ideas inquietantes; donde los prejuicios se rompen a través de una prosa ejemplar.

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