«Un mago de Terramar» de Ursula K. Le Guin

Originalmente publicada en 1968, Un mago de Terramar, novela escrita por la norteamericana Ursula K. Le Guin, es la primera de un ciclo de novelas de fantasía que se conoce con ese nombre: Ciclo de Terramar. En español fue traducida por Matilde Horne y publicada por la editorial Minotauro en 1983 y esta es la recomendación de esta semana que tengo para ustedes. Soy Gerardo Piña y es un gusto saludarles nuevamente.

Un mago de Terramar relata las aventuras de Ged, también conocido como Sparrow Hawk, un mago con más poder del que él mismo tiene conciencia, como suele pasar con los magos y los no-magos por igual. Un mago de Terramar es también una novela de formación. Vemos a Duny, pues este es el nombre provisional del personaje, al principio del relato como un niño que vive en Gont, un pueblo sencillo. Duny queda huérfano de madre a muy corta edad y se vuelve aprendiz de una hechicera. De ella aprende algunos trucos menores. Sin embargo, ante una invasión al pueblo perpetrada por hombres que asesinan a los habitantes, queman las casas y a los animales, etc., los habitantes de Gont deciden armarse lo mejor que pueden a sabiendas de que no podrán oponer mucha resistencia. Duny decide, casi por instinto, lanzar un hechizo simple en apariencia: crea una neblina que confunde a los invasores y frustra sus ataques. Los pobladores, al conocer sus casas y caminos, pueden no solo replegarse sino atacar con ventaja a sus enemigos. El resultado es la victoria del pueblo de Gont. Ante esta muestra de poder Ogion, un mago de renombre, va en busca de Duny para darle su verdadero nombre y aceptarlo como aprendiz. Ogion decide ponerle a Duny el nombre de Ged. Después de esto cito: “un pájaro cantó en voz alta en las ramas del árbol. En ese momento, Ged comprendió el canto del pájaro, y el lenguaje del agua que caía en la cuenca de la fuente, y la forma de las nubes, y el principio y el fin del viento que agitaba las hojas: le pareció que él mismo era una palabra pronunciada por la luz del sol”. Fin de la cita.

Los nombres son parte de un tema fundamental en la novela: el reconocimiento de las cosas. En Terramar todos tienen un nombre de uso común y un nombre verdadero. Este último es fundamental para la seguridad de quien lo lleva, pues es solo a través del conocimiento del nombre verdadero de alguien que se le puede hacer daño a través de la magia. Y esto se extiende a todos los elementos de la naturaleza: los animales, las plantas, el mar, etc. tienen también un nombre verdadero y quien los conoce tiene un determinado poder sobre ellos. Cuando alguien revela su nombre verdadero a otro está otorgándole algo tan preciado como su vida; es tal vez la expresión más alta de la confianza.

Ged es inseguro e impaciente y decide dejar a Ogion e irse a la escuela de magos de la isla de Roke. Es ahí donde aprenderá la lección más importante de su vida: conocerse a sí mismo. Por supuesto, este conocimiento no es inmediato ni es transparente. A partir de algunos sucesos que se dan en la escuela con otros magos, Ged tendrá que enfrentar un reto enorme, pues en un momento de arrogancia realiza un hechizo para el que aún no está preparado y que involucra la invocación de espíritus ancestrales. Esta invocación le enseñará a Ged varias cosas que trascienden la magia: la humildad, la confianza, la amistad y la determinación. Uno de sus maestros le advierte sobre la diferencia entre la ilusión de un hechizo y los cambios que son verdaderos. Cito:

La Mano Maestra miró la joya que brillaba en la palma de Ged, brillante como el premio de un tesoro de un dragón. El viejo Maestro murmuró una palabra, Tolk, y allí estaba la piedra, no una joya, sino un trozo áspero de roca gris. El Maestro la tomó y la sostuvo con su propia mano. “Esto es una roca, un tolk en el Habla Verdadera”, dijo mirando a Ged con ternura. “Un poco de la piedra de la que está hecha la Isla de Roke, un poco de la tierra seca en la que viven los hombres. Es ella misma. Es parte del mundo. Con un cambio de ilusión puedes hacer que parezca un diamante -o una flor o una mosca o un ojo o una flama-. La roca cambió de forma en forma a medida que él las nombró, y volvió a ser una roca. “Pero eso es sólo su apariencia. La ilusión engaña los sentidos del espectador; le hace ver y oír y sentir que el objeto ha cambiado. Pero eso no cambia al objeto. Para convertir esta roca en una joya, debes cambiar su verdadero nombre. Y hacer eso, amigo mío, incluso para un pedazo del mundo tan pequeño, significa cambiar el mundo.

Un mago de Terramar pertenece, desde luego, al género de la fantasía. Pero como ocurre con todas las obras literarias importantes, sus logros trascienden estas clasificaciones. Sin embargo, me detengo un momento para hablar de algunos rasgos del género en esta novela por las implicaciones que puedan tener en su lectura, sobre todo entre quienes no suelen leer novelas de fantasía. Ursula K Le Guin diseñó un mundo narrado, lo que llamamos diégesis en la teoría literaria, y lo fue poblando, lo fue nombrando. Así, los nombres de los lugares y personajes –al no ser tan familiares para el lector como ocurre en las novelas realistas– son menos fáciles de retener. No es necesario retener todos los nombres que aparecen. Los personajes fundamentales los vamos a reconocer sin mayor esfuerzo. También es fácil caer en la tentación de romper el pacto elemental entre quien lee y el texto que tiene en frente cuando se trata de una novela de fantasía. Es decir, pensamos que, al tratarse de un mundo irreal, cualquier cosa que ocurra de manera inesperada es gratuita por el solo hecho de que se trata de un mundo fantástico; es fácil pensar que no hay coherencia en este tipo de obras porque “todo se vale” cuando hay magia de por medio. De hecho sucede todo lo contrario. Quien opta por escribir una obra de fantasía apuesta por una coherencia interna mucho mayor que la que puede esperarse en una obra de corte realista. Las razones son estas: convencer a un lector de la arquitectura de un mundo imaginario es muy difícil (sobre todo cuando esto se hace solo con palabras), convencerlo también de que los personajes que lo habitan son verosímiles y tienen una cierta densidad, que sus pensamientos y ponderaciones no son superficiales, es más difícil aún, pero convencerlo de que la coherencia emocional y psicológica de dichos personajes es profundamente humana y que ese lector puede identificarse con estos personajes que no tienen referentes directos ni obvios en su vida cotidiana, es, quizás, el mayor logro que se puede alcanzar a través de las palabras.

Si le negamos la oportunidad de lectura a una obra porque en ella aparecen magos y dragones, en realidad nos estamos negando una oportunidad a nosotros mismos; una oportunidad para aprender un poco más de algo que habita en nosotros y que a veces olvidamos: la humildad, la confianza, la amistad y la determinación. Me despido de ustedes con esta cita del libro Un mago de Terramar de Ursula K Le Guin:

No es un secreto. Todo el poder es uno en el principio y el final. Los años y las distancias, las estrellas y las velas, el agua, el viento y hechicería, el arte en la mano de un hombre y la sabiduría en la raíz de un árbol: todos surgen al mismo tiempo. Mi nombre y el tuyo, y el verdadero nombre del sol, o de un manantial de agua, o de un niño que no nació, son todos sílabas de una sola palabra que se pronuncia muy lentamente por el brillo de las estrellas. No hay otro poder. No hay otro nombre.

¿Qué hay de la muerte? Preguntó la chica.

Para que una palabra sea pronunciada, respondió Ged lentamente, debe haber silencio. Antes y después.

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