El libro que les recomiendo en esta ocasión se llama Sobre los huesos de los muertos. La autora es Olga Tokarczuk, fue traducido al español por Abel Murcia y publicado por la editorial Océano en 2015. La escritora polaca Olga Tokarczuk fue galardonada con el premio Nobel de literatura de 2018 y, como suele suceder en muchos de estos casos, el premio llevó a varios lectores a acercarse a la obra de una escritora que hasta entonces les había pasado inadvertida. Este fue mi caso.
Sobre los huesos de los muertos es una novela policíaca (i.e. hay un crimen, un culpable y alguien que hace las veces de detective para encontrarlo), pero esta novela también es más que eso. Es una reflexión sobre la destrucción del planeta a causa de los seres humanos. También es una diatriba en contra del maltrato y consumo animal. El personaje central es Janina Duszejko, una maestra retirada que vive una zona rural muy pequeña a las afueras de Polonia. Ella es la narradora de toda la historia.
La novela comienza cuando un vecino suyo llama a su puerta para pedirle que lo acompañe, pues han encontrado muerto a otro vecino, uno al que apodaban Pie Grande. Los personajes –salvo alguna excepción– son nombrados según los apodos que la propia Janina les pone. Por ejemplo, se refiere como Pandedios al vecino que va a buscarla y con quien lleva una buena relación. A este crimen, le sucede otro y así se echa a andar la maquinaria de las pesquisas del lector. Janina es un personaje entrañable: una astróloga aficionada, defensora de los animales, está convencida de que los crímenes han sido provocados por los propios animales, quienes por fin han comenzado a cobrar venganza de todo el maltrato que han recibido por parte de los seres humanos; en particular por los cazadores furtivos. Janina había sido maestra de inglés y uno de sus exalumnos ha decidido traducir al polaco la obra de William Blake, el poeta místico. De ahí que haya fragmentos de poemas o cartas de Blake entretejidos con los diálogos y reflexiones de la narración. Algo que atrapa la atención del lector desde el inicio es la fuerza que puede alcanzar la prosa de Tokarczuk en pasajes muy breves, así como una gran precisión para describir estados de ánimo (de lo que daremos cuenta un poco más adelante). Por ahora quiero subrayar que Sobre los huesos de los muertos no es una novela exenta de humor. He aquí, por ejemplo, esta reflexión que hace Janina sobre Pandedios, quien en realidad está representando prácticamente a cualquier hombre:
“Con Pandedios resulta difícil hablar”, dice Janina. “Es una persona taciturna, y como no es posible hablar con él, hay que callar. Con algunas personas, especialmente con los hombres, resulta difícil hablar. Tengo cierta teoría al respecto. Con la edad, muchos hombres caen en cierto autismo testosterónico que se manifiesta en una lenta pérdida de la inteligencia social y de la capacidad para comunicarse con las otras personas, la cual afecta también la capacidad de formular pensamientos. La persona aquejada de esta dolencia se convierte en un ser taciturno y parece estar sumido siempre en sus reflexiones. Le interesan más los utensilios y las maquinarias. Le atraen la Segunda Guerra Mundial y las biografías de personas famosas, particularmente de políticos y malhechores. Desaparece prácticamente su capacidad de leer novelas: el autismo testosterónico impide la comprensión psicológica de los personajes. Creo que Pandedios padecía esa dolencia”.
Tokarczuk ha sido una activista a favor de los derechos de los animales y del cuidado del medioambiente desde hace varios años. Eso la ha puesto en sintonía sobre uno de los males de nuestro tiempo: el cinismo disfrazado de ironía.
“Ése es uno de los rasgos que más detesto en la gente: la ironía helada”, dice Janina. “La ironía revela una actitud muy cobarde: uno puede burlarse de todo, ridiculizarlo, no tomar partido por nada, nunca, no sentirse unido a nada. Como un impotente que nunca gozará del placer, pero hará lo imposible para que otros lo encuentren repugnante. La ironía es la principal arma de Urizén. La armadura de la impotencia. Y encima los irónicos siempre tienen una concepción del mundo de la que alardean triunfalmente, aunque cuando se empieza a darles la lata y a pedir detalles, resulta que se trata únicamente de trivialidad y banalidad. Nunca me habría atrevido a decirle a una de esas personas que era un idiota y no iba a empezar con el cartero”.
Sabemos que para fascinarnos con algo que nos cuentan es vital que percibamos la fascinación de quien relata. De esta manera todo, hasta lo más trivial puede resultar novedoso, atractivo o a veces increíble como esta descripción que hace Janina de los zorzales, estas aves que de pronto pasan volando sobre ella.
“Entonces pasó una veloz bandada de zorzales. A estos pájaros sólo los veo en bandadas: se mueven con agilidad, como un organismo aéreo, compuesto de una sola trama. No recuerdo dónde leí que son capaces de defenderse si los ataca un depredador, por ejemplo, uno de esos gavilanes que se mecen en el cielo como espíritus santos. La bandada es capaz de luchar de manera pérfida e impredecible, y sabe vengarse: se eleva rápidamente en el aire y como obedeciendo una misma orden evacúa sobre el perseguidor: suelta decenas de blancos excrementos sobre las bellas alas del gavilán, de manera que no sólo las manchan, sino que provocan que se peguen y el ácido corroe las plumas con velocidad. Para escapar del peligro, el depredador debe abandonar la persecución de inmediato y posarse en la hierba. Nadie puede imaginar lo sucias que se encuentran sus plumas. El animal pasa uno o dos días limpiándolas, pues es incapaz de dormir a causa del olor repugnante que despide, peor que el de la carroña. No puede quitarse con el pico los excrementos que se han endurecido, tiene frío, y por entre sus plumas pegadas el agua de lluvia se abre paso con facilidad hasta su delicada piel de ave. Los otros gavilanes lo evitan, como si tuviera la lepra o hubiese contraído una enfermedad horrible. Su majestuosidad se ha visto dañada. Todo aquello es insoportable para el gavilán, y no es extraño que el ave muera”.
Las diatribas en contra del maltrato y consumo animal como parte de una obra literaria son raras. Me viene a la mente el ensayo “La vida de los animales” de J.M. Coetzee, incluido en su novela Elizabeth Costello como otro ejemplo de un ensayo en las mismas líneas que estas de Tokarczuk. En boca de Janina, la autora polaca describe la normalidad con la que hemos adoptado el maltrato a los animales.
“—Cuando ustedes pasan junto a los escaparates de las carnicerías”, dice Janina, “donde cuelgan cuerpos despedazados y abiertos por la mitad, ¿qué les viene a la mente? No les llama la atención, ¿verdad? O cuando piden en un restaurante una brocheta o un filete, ¿se han puesto a pensar qué es lo que reciben? Como si no hubiera nada terrible en ello. El crimen de estos animales se considera un acto normal, se ha convertido en un hecho cotidiano. Un crimen que todos cometen. Pues bien, así es como sería el mundo si los campos de concentración aún existieran y la gente los viera como algo normal […]—Ustedes pueden alegar que sólo se trata de un jabalí —continué—. ¿Pero entonces cómo se explica esa avalancha de cuerpos que provienen del matadero y caen diariamente en la ciudad como una inagotable lluvia apocalíptica? Esa lluvia anuncia la masacre, la enfermedad, la locura colectiva, el desequilibrio y el envenenamiento del espíritu. Ningún corazón humano podría soportar tanto dolor. De hecho, la complicada psicología humana tiene un solo objetivo: impedirle al hombre entender lo que ve, buscar que la verdad no se abra paso hasta él y quede envuelta en alucinaciones y palabras vacías. Que el mundo sea una prisión llena de sufrimientos, organizada de manera que para sobrevivir haya que causar dolor a los otros. ¿Me explico? […]”
Otro acierto de la novela, que se muestra poco a poco, es el tipo de personajes que pueblan la narración. Janina es una exmaestra de inglés, como ya he mencionado, además de ser una astróloga aficionada, pero junto a ella aparecen otros personajes (jóvenes y viejos) que no son en absoluto típicos de este tipo de novelas: un entomólogo, una chica que trabaja en una tienda de ropa de segunda mano, un novato en las fuerzas policíacas que traduce a Blake en su tiempo libre y está lleno de alergias.
“Entendí que pertenecíamos a ese grupo de gente que el mundo considera inservibles”, dice Janina. “No hacemos nada trascendental, no producimos pensamientos importantes ni objetos necesarios ni alimentos; no cultivamos la tierra ni hacemos que prospere la economía. No nos hemos multiplicado significativamente […] No hemos aportado ningún tipo de provecho a la humanidad. No se nos ha ocurrido ningún invento. No hemos tenido poder, no hemos poseído nada más que nuestras pequeñas propiedades. Hemos hecho nuestro trabajo, pero éste no ha tenido ninguna importancia para los demás. De hecho, si faltáramos, no cambiaría nada. Nadie se daría cuenta”.
En suma, Sobre los huesos de los muertos de la escritora Olga Tokarczuk es una novela que combina lo mejor de las novelas policíacas (i.e. su amenidad, su falta de pretensiones y un suspenso constante) con una reflexión clara y certera del mundo que hemos destruido y de lo que hace falta para repararlo.