«San Salvador»

“San Salvador”[1]

[1] „San Salvador“, from: Peter Bichsel, Eigentlich möchte Frau Blum den Milchmann kennenlernen. 21 Geschichten. © Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main 1993. All rights with and controlled through Suhrkamp Verlag Berlin.

de Peter Bichsel
Traducción de Gerardo Piña

(El texto fuente está al final de la traducción)

Se había comprado una pluma fuente.

Después de trazar varias veces en una hoja su firma, sus iniciales, su dirección, algunas líneas onduladas y la dirección de sus padres, tomó una hoja nueva, la dobló con cuidado y escribió: “Aquí hace mucho frío para mí”, después añadió: “Me voy a Sudamérica”. Luego se detuvo, enroscó la tapa de la pluma, observó la hoja, vio cómo la tinta se secaba y oscurecía (en la papelería le habían garantizado que al secarse se tornaría negra), después volvió a tomar la pluma y puso Paul, su nombre, con gran amplitud.

Luego se sentó allí.

Más tarde, ordenó los periódicos que estaban sobre la mesa, ojeó la cartelera, pensó en algo, puso el cenicero a un lado, rompió la hoja con las líneas onduladas, vació su pluma y la rellenó. Ya era muy tarde para la función del cine.

El ensayo del coro de la iglesia terminaba a las nueve, Hildegard estaría de vuelta a las nueve y media. La estaba esperando. A toda la música de la radio. Entonces apagó el radio.

Sobre la mesa, en el centro de la mesa, estaba solamente la hoja doblada en la que estaba escrito Paul, su nombre, con una tinta entre negro y azul.

“Aquí hace mucho frío para mí”, decía el texto.

Así que Hildegard volvería a casa a las nueve y media. Ya eran las nueve en punto. Ella leería su mensaje, se asustaría, probablemente no creería en eso de Sudamérica, pero aún así contaría las camisas en la caja, algo debería de suceder. Ella llamaría a “Los leones”.

“Los leones” está cerrado los miércoles.

Ella sonreiría y se desesperaría y se resignaría, tal vez.

Se apartaría el cabello de la cara varias veces, se pasaría el dedo anular de la mano izquierda por ambos lados de la sien y luego se desabrocharía el abrigo lentamente.

Entonces se sentó allí, reflexionando, preguntándose a quién podría escribirle una carta, leyó las instrucciones de la pluma fuente una vez más; decía que había que girarla ligeramente hacia la derecha, leyó también el texto en francés, comparó el texto en inglés con el alemán, miró otra vez su hoja, pensó en palmeras, pensó en Hildegard.

Se sentó allí.

A las nueve y media llegó Hildegard a casa y preguntó: “¿Están dormidos los niños?” Se apartó el cabello de la cara.

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San Salvador

Er hatte sich eine Füllfeder gekauft.

Nachdem er mehrmals seine Unterschrift, dann seine Initialen, seine Adresse, einige Wellenlinien, dann die Adresse seiner Eltern auf ein Blatt gezeichnet hatte, nahm er einen neuen Bogen, faltete ihn sorgfältig und schrieb:„Mir ist es hier zu kalt“, dann „ich gehe nach Südamerika“, dann hielt er inne, schraubte die Kappe auf die Feder, betrachtete den Bogen und sah, wie die Tinte eintrocknete und dunkel wurde (in der Papeterie garantierte man, daß sie schwarz werde), dann nahm er seine Feder erneut zur Hand und setzte noch großzügig seinen Namen Paul darunter.

Dann saß er da.

Später räumte er die Zeitungen vom Tisch, überflog dabei die Kinoinserate, dachte an irgend etwas, schob den Aschenbecher beiseite, zerriß den Zettel mit den Wellenlinien, entleerte seine Feder und füllte sie wieder. Für die Kinovorstellung war es jetzt zu spät.

Die Probe des Kirchenchores dauert bis neun Uhr, um halb zehn würde Hildegard zurück sein. Er wartete auf Hildegard. Zu all dem Musik aus dem Radio. Jetzt drehte er das Radio ab.

Auf dem Tisch, mitten auf dem Tisch, lag nun der gefaltete Bogen, darauf stand in blauschwarzer Schrift sein Name Paul.

„Mir ist es hier zu kalt“, stand auch darauf.

Nun würde also Hildegard heimkommen, um halb zehn. Es war jetzt neun Uhr. Sie läse seine Mitteilung, erschräke dabei, glaubte wohl das mit Südamerika nicht, würde dennoch die Hemden im Kasten zählen, etwas müßte ja geschehen sein.

Sie würde in den „Löwen“ telefonieren.

Der „Löwen“ ist mittwochs geschlossen.

Sie würde lächeln und verzweifeln und sich damit abfinden, vielleicht.

Sie würde sich mehrmals die Haare aus dem Gesicht streichen, mit dem Ringfinger der linken Hand beidseitig der Schläfe entlang fahren, dann langsam den Mantel aufknöpfen.

Dann saß er da, überlegte, wem er einen Brief schreiben könnte, las die Gebrauchsanweisung für den Füller noch einmal – leicht nach rechts drehen – las auch den französischen Text, verglich den englischen mit dem deutschen, sah wieder seinen Zettel, dachte an Palmen, dachte an Hildegard.

Saß da.

Und um halb zehn kam Hildegard und fragte:„Schlafen die Kinder?“. Sie strich sich die Haare aus dem Gesicht.

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